miércoles, 3 de septiembre de 2014

“Es un asunto muy duro y triste atreverse a contar algún hecho trágico dentro de la familia. Sin embargo, hasta ahora creo, que hay que botar todo ese dolor que llevamos profundamente para dar oportunidades a experiencias más saludables. El caso es que mi hermana mayor después de tres intentos de suicidio, logró su cometido hace cinco años, lo cual ha sido una tragedia en nuestras vidas. Mi madre me cuenta que desde pequeña, fue una persona callada, “tranquila” y se conformaba con poco. Realmente, nunca más se habló sobre el tema. Esto nos ha mantenido en ascua e incertidumbre durante todo este tiempo. Pues,  no sabemos que fue lo que realmente sucedió con ella. Mi madre aparentemente lo ha soportado, pero me sigue preocupando las muchas noches que no concilia el sueño, sus angustias y depresión que han hecho mella a su bienestar. Se ha llevado a los mejores psiquiatras, casas de reposo; pero nada, vive medicada, lo cual le causa incomunicación y pasividad la mayor parte de su tiempo. Su actitud de entrega, nos causa mucha tristeza, especialmente a mis hijos que todavía son pequeños, y que no llegan a explicarse por qué la abuela, casi nunca se ríe y está como ausente. El hecho, es que se les ha mantenido oculta la realidad del infortunio debido a lo trágico de su naturaleza. Aunque también sé que no es bueno mentirles sobre lo sucedido. Me gustaría saber ¿Si aún puedo lograr algún bienestar para los miembros de nuestra familia? Y manejar actitudes positivas frente a esta realidad.”


 Ciertamente, la muerte de un ser querido bajo estas circunstancias es un hecho terrible y triste. Ojala que al menos sirva para reflexionar y reconocer que a menudo  no sabemos qué está ocurriendo en la vida de cada uno de nuestros seres amados y que por lo tanto, siempre debemos apoyar, ser generosos, amables, menos duros y comprensivos como esto sea posible.

El suicidio puede ser un tema muy penoso, aún cuando no entendemos su naturaleza, debido a lo confuso de su carácter para los niños, por lo que se sugiera que se proteja especialmente a los niños (as) pequeños de un asunto doloroso como éste en la familia. Es recomendable, que se le diga a los pequeños, que la tía murió a causa de un accidente repentino y explicar hasta ahí. Sin embargo, cuando los niños tienen una edad entre los ocho o nueve años, quizás su curiosidad los lleve a preguntar acerca de la muerte de esa persona cercana que no volvieron a ver más. Si este es el caso, es bueno explicarles lo que significa un suicidio (acción de quitarse voluntariamente la vida). Por ejemplo, señalarles que la tía se quitó la vida porque ya no era feliz y equivocadamente pensó que todos estarían mejor sin ella. Hacer énfasis en que el suicidio es algo que se ve poco, porque lo cometen personas que tienen dolencias mentales y por tanto, sufren por ello.


Ahora bien, aunque la cotidianidad nos golpee profundamente nuestra existencia, en la búsqueda del bienestar familiar, pesan más las actitudes y las medidas que uno pueda tomar, que las circunstancias externas, que si bien tienen influencia, no tienen por qué
.4ser determinantes. Martín Seligman, creador de la teoría del bienestar, que está relacionada con el procurar tener en la cotidianidad la mayor cantidad posible de emociones positivas. Señala, que una buena dosis de amor, esperanza, inspiración diversión, alegría, gratitud, serenidad, curiosidad, orgullo y asombro, es bueno vivirlo y estar conscientemente de todo ello. Por tanto, buscar formas de experimentar algunas de estas emociones frecuentemente, minimiza la dureza de nuestras experiencias, porque no hay duda de que ellas influyen directamente en el bienestar, pero no sólo en el que se experimenta en el momento de vivirlas, sino a largo plazo. En este sentido, es bueno imitar aquellas personas que de manera natural acceden a practicar los placeres de la vida y tratan de vivir el presente, sintiéndose agradecidos por lo que tienen y lo bueno que la vida les concede. Además, de tener una visión optimista sobre su futuro. Así, que es importante, que cultivemos emociones positivas, aunque esto es una decisión y una forma de vida. Estudios muestran que quienes tienen una vida plena, dedican mucho tiempo a su familia y amigos, así como a fortalecer esas relaciones y divertirse con ellas.


Practiquemos, entonces con nuestros familiares, diversas acciones prosociales, tales como: expresiones verbales que reduzcan la tristeza en personas abatidas y que aumenten su ánimo. Igualmente, expresiones verbales que confirmen su valor y que aumente su autoestima (interceder mediante palabras consoladoras y de simpatía, alabanzas y elogios), que contribuyan al clima psicológico de bienestar, reciprocidad y unidad hacia todas los miembros que conforman nuestra familia. Estas acciones son positivas, porque son nuevos modos de responder con afectividad, lo cual hace posible que nos empoderemos de actitudes comprensivas y valiosas, que ocultamos y que muchas veces impedimos que afloren. Cuando tratamos de comprender un comportamiento mental diferente, necesitamos probarlo una y otra vez, para que luego se convierta en parte de nosotros mismos, esto es posible, pero a través de mucho amor, perseverancia y paciencia constante, para que se instale adecuadamente hasta que nuestra mente “empatice” con el nuevo patrón establecido. Esto ofrece la posibilidad, de estar atentos a nuevos puntos de vista y a la relación honesta con los integrantes de nuestra familia.  


Al parecer uno de los pilares de la teoría de Seligman, es que otras personas son el mejor antídoto contra los momentos difíciles de la vida y la forma más viable para animarse. No obstante, todos sabemos, que las relaciones, por más importantes que sean, no son tarea fácil. De allí, que necesitamos entonces alimentar las relaciones conscientes. Ello significa, que cada persona asuma su responsabilidad y acepte sus consecuencias; aunque siempre estaremos pendientes de ofrecerles nuestro apoyo incondicional. Lo importante de todo esto, es que entendamos que si deseamos nuestro bienestar, necesitamos enfocar nuestros objetivos y ambiciones con los que sentirnos comprometidos nos ayudará. Se trata de metas que nos permiten sentirnos complacidos durante el recorrido mientras hace que nos movamos hacia el logro, que también es una fuente de satisfacción. Esto implica que cada quien tiene la responsabilidad de encontrar su bienestar, pues nadie duda de que nuestra vida, sólo puede ser mejor si tiene un verdadero sentido. Cada uno de nosotros es un reflejo de nuestro mundo interior. De ahí, que nuestro cuerpo será una maquinaria perfecta de la que estaremos orgullosos. 

martes, 12 de agosto de 2014

“Tengo tres hijos varones (16, 14 y 4) rumbo a la adolescencia, pero nunca pensé que esta época de sus vidas iba a ser tan complicada. El caso es que los dos hijos mas grandes de un buen tiempo a esta parte, no nos entendemos; es como si se complacieran en llevarme la contraria. Dicen que yo no los entiendo, que soy sumamente “terca” cuando hay que seguir ciertas reglas en casa. Señalan que conmigo es difícil llegar algún acuerdo, con lo que me he quedado impresionada, pues de pequeños las cosas eran más viables. Quisiera saber ¿Qué está pasando con la conducta de mis hijos? A veces me pregunto ¿Seré yo, el fruto de la discordia? Y en ese caso ¿Qué puedo hacer?”
 
Las discusiones y contrariedades entre padres y adolescentes giran casi siempre entorno a una queja de uno de los progenitores en relación con la conducta del hijo o hija.
Como padres debemos tener presente que la adolescencia implica un nuevo sentido de independencia, aunado a un poco de rebeldía a un niño que antes era obediente. Es una etapa de transito comprendido entre la infancia y la adultez, donde les falta crecimiento, canalización emocional, personalidad, etc. De ahí que el proceso de adquisición de nuevas actitudes y conductas le exija o le provoque situaciones que debe aprender a manejar.
La posibilidad de conocer el motivo de tales cambios, su forma de presentación y cómo van sucediéndose, garantiza la protección de la estima, sobretodo cuando se incluyen acciones aceptables e inaceptables socialmente; las cuales un niño, niña o adolescente debería de seguir cuando interactúa con adultos y compañeros en el hogar, en la escuela y en otros grupos, puesto que manejar lo básico es una manera fácil para crear los componentes fundamentales de conductas positivas.
Por ejemplo, como padres necesitamos saber, que las reglas para niños pequeños en edad preescolar, incluyen: no tocar algo caliente (como la cocina) o tomar de la mano a un adulto cuando va por la calle, pero los fundamentales básicos siguen siendo, no golpear, compartir juguetes con amigos, esperar en fila y aguardar su turno.
Cuando los niños llegan a edad escolar, ya entienden las reglas de comportamiento, tales como: esperar su turno al hablar, quedarse callado durante ciertas circunstancias (durante las clases, cine); pedir en lugar de ordenar y mantener las emociones bajo control cuando está en público. Mientras que los niños entre tres y cuatro años entienden el concepto de que hay consecuencias por no seguir las reglas, los niños de primaria pueden entender mejor que no seguir las reglas implica algún tipo de castigo. Por eso, es importante dejar claro las reglas y las consecuencias. Por ejemplo, si le indicamos a un niño de quinto grado que su primera regla es que debe hacer su tarea al llegar a casa, agrega, que si no lo hace, no podrá ver televisión.
En cuanto a las reglas para los adolescentes, es bueno que se ajuste a un niño específico, así como a las necesidades del núcleo familiar. Un adolescente que frecuentemente se comporta bien podría necesitar reglas básicas, tales como: hacer sus tareas después de la escuela, completar alguna solicitud de sus padres o no responder de mala manera. Asimismo, un adolescente provocador, podría necesitar de reglas más estrictas, así como: volver a casa inmediatamente de la escuela o, si tiene una llamada de atención bien negativa, puede obtener un castigo sin permiso para salir.
Todos nuestros adolescentes necesitan conocer reglas básicas en salud y seguridad (no consumir bebidas alcohólicas, no usar drogas ilegales) junto con reglas para las citas sentimentales.

Una actitud común en los padres es de “no aceptar el noviazgo”, o de actuar como si nada estuviera sucediendo, y esto conlleva a situaciones conflictivas dentro del hogar, de allí la importancia de discutir estos temas; del entender que nuestros hijos pueden desarrollar uniones afectivas de importancia vital para ellos, porque sólo la claridad de conceptos y la amplia discusión familiar, permite el establecimiento de un proceso afectivo sano, evitando la confrontación innecesaria y el conflicto abusivo.
Seguidamente algunas recomendaciones antidiscusión con nuestros adolescentes:

-Comencemos siempre exaltando algo positivo que haya hecho, con ello su receptividad a lo que le digamos después será mayor y probablemente  también su cooperación.
-Eliminemos términos provocativos y generalizaciones: “Nunca me escuchas”, “Siempre haces lo mismo” y no interpretemos las causas de su comportamiento (“Me mientes porque crees que yo no te entiendo”). Seamos específicos y claros con el tema de conversación, limitémonos a describir lo que hemos observado.
-Planteemos sólo un problema en cada conversación.
-Seamos breves en la exposición del tema y no hagamos demasiadas referencias a las situaciones del pasado.
-Expresemos de forma clara cuales son nuestros sentimientos.
-Dediquemos igual o más tiempo a buscar las soluciones que ha plantear el problema.
-Reconozcamos nuestro papel en el problema y aceptemos la responsabilidad que tengamos.
-No enviemos mensajes contradictorios cuando nos empeñemos que nuestros adolescentes hagan lo contrario: “Haz lo que digo, no lo que hago”. Seamos un ejemplo que facilite las cosas.
-Escuchemos a nuestros hijos con atención. Ello nos ayudará a saber cómo son.
-Mantengamos la calma por ellos y por nosotros.
-Asegurémonos de que las reglas y normas sean claras.
-Seamos firmes en las decisiones con nuestros adolescentes.
-Asegurémonos de que cumplimos las sanciones o el castigo impuesto. Si no lo hacemos así las reglas dejan de tener valor, porque los hijos pensarán que no siempre es importante que las cumplan.

jueves, 3 de julio de 2014


“Últimamente, mi hijo me saca de las casillas, por cualquier cosa refunfuña y esta como con rabia, cuando le digo, que debería arreglar su cuarto; cuando su hermana le cuestiona algo, cuando le pregunto cómo va con sus materias en el liceo, o cualquier otra cosa, suelta su molestia. Esto sucede, de un tiempo a esta parte, es como si estuviera en contra de todos. Pero la actitud más desagradable, es que siempre está como a la defensiva.
Cuando le pregunto, por qué actúa de esa forma, no dice nada. Hay que sacarle las palabras de su boca. Pero, por supuesto, esta actitud, no la acepto; aunque mi esposo dice: “que yo soy muy dura con él; a lo que le contesto, que es porque él, es un blandengue”. Por eso, tenemos constantes discusiones. Desearía que esto no fuera así, pero no sé como cambiarlo”.
El período de la adolescencia es difícil de afrontar para cualquier persona, es la etapa más compleja de nuestra vida. En ella, se ponen en la balanza nuestros valores morales, sociales y espirituales que por mucho tiempo nos ha impuesto nuestra familia, sin explicación: “haz esto”, “haz aquello”, “Deberías de”; “Tu nunca…”; “Tu siempre” o “Me parece bien, pero...” Estas palabras crean una resistencia automática sobre nosotros, porque cancelamos de raíz cualquier intento de cambio. Esto nos desanima, ya que atacamos a la persona, no la actitud y conducta. Necesitamos entender que estas palabras destruyen lo bueno que hay en uno; es decir, son negativas para quienes las escuchamos, porque al usarlas algunas de ellas contradicen lo que estamos afirmando, y es entonces, cuando muchos de nosotros quisiéramos alzar nuestro vuelo para dejar de escucharlas. Tal vez, lo hacemos como signos o gestos de rebeldía, y sin comprender lo que nos sucede. Los cambios, son a veces difíciles de aceptar en esta etapa, porque imprimen una sensación de incertidumbre, sobre lo que nos sucede a medida que nos convertimos en adultos jóvenes.

En esta etapa, no nos damos cuenta que estamos comenzando a crecer. Es decir, hemos dejado de ser niños(as) para convertirnos en adolescentes. No entendemos, lo que nos está ocurriendo. Nuestro mundo interno y externo sufre grandes transformaciones. Nuestra forma de pensar es otra. Nuestros intereses, ya no son los mismos; nuestra rebeldía, inseguridad, estados de ánimo y hasta nuestro comportamiento es distinto.
Precisamos de tiempo, comprensión afectiva y una adecuada comunicación, para entender, que estas características son propias de ese proceso de desarrollo en las que estamos sumergidos. Necesitamos ser conscientes de que nuestras hormonas asumen el control y que nuestras emociones deben ser bien manejadas; por lo cual, tenemos que aprender hacer frente a los nuevos cambios. Lo que significa, que estamos en la búsqueda constante de nuestra propia identidad. Por tanto, tenemos la necesidad de que nuestras opiniones, decisiones, privacidad e independencia, sean también aceptadas y respetadas como la de nuestros padres. Pero, sin embargo, también tenemos que aprender adaptarnos para poder  convivir con todos estos cambios de la mejor manera posible.
El caso anterior, nos revela, que los padres deben ser conscientes de los signos que deben buscar en un adolescente enojado y descontento, a fin de comprender las causas de sus reacciones emocionales. Ello, puede ayudarlos como padres a aliviar esos síntomas; además de entender que deben asimilar que sus hijos pueden desarrollar uniones afectivas de importancia vital para ellos, al entender que la estima del adolescente debe ser protegida por la prevención y por la posibilidad de poder expresar lo que se está sintiendo y como se está interpretando. De ahí, algunas recomendaciones para fortalecer el vínculo familiar con nuestros hijos:

  • Tratemos de averiguar lo que causa el enojo, rabia, molestia o frustración en nuestro hijo(a).

  • Observemos con atención, si el estado de ánimo de nuestro hijo(a), no parece razonable, dada la situación.

  • Es obligatorio, estar disponibles, escuchar y ofrecer apoyo, estos son componentes enormes para ayudar a que nuestros adolescentes se sientan atendidos.

  • Construyamos canales de comunicación. Esto, significa, callar para escuchar. No sólo dar órdenes de lo que se debe hacer o no hacer.

  •  Demos confianza y afecto sincero a nuestro hijo(a), y para ello, necesitamos empatizar y sintonizar con sus sentimientos.

  • Evadamos las discusiones con nuestros hijos(as) a toda costa. La única forma de canalizar mejores encuentros por sus asuntos y sentimientos, es respondiendo amablemente. En vez de “Deberías de”: cambiar por: “No sería mejor que”. Asimismo, en vez de: “Tu siempre o tu nunca”, cambiar por: “Me parece que ahora no hiciste…”. En vez de la palabra Pero…sustitúyela por la siguiente expresión: “Estoy de acuerdo contigo, sin embargo…” o “Quizás podrías…”. De este modo, el dialogo quedará abierto con todos los miembros de nuestra familia y los demás.

jueves, 19 de junio de 2014


“¡No soporto más esta pesadilla, todo tiene su límite!”

 El caso es que decidí dejar a mi pareja con quien compartía mi vida desde hace mucho tiempo. Ella, se cree la “La perfecta ama de casa”. La que gana mejor que yo, la que todo lo hace bien, la que cuida a nuestros hijos de manera responsable, la que nunca se equivoca; la que trabaja y lleva el sustento a la casa. En fin, la que puede avanzar, y yo no.
Pienso que la ruptura es lo mejor para todos. Suficiente… “¡Ya está bien que me hiera con sus críticas!”. Entiendo, que tiene muchas cualidades, sin embargo, yo también, respondo como pareja y padre en todo lo que he podido. Pero ella tiene la facilidad de criticarme en todo lo que hago, nunca está conforme con lo poco o mucho que le doy. Sé, que gana más que yo, que es una profesional eficiente y que es buena mamá, pero esto no justifica hacerme sentir mal y hacer  mi vida “cuadritos”. Me gustaría saber, si esta decisión fue un error”.

Todas las parejas pasamos por períodos de crisis y vivimos algunos de estos sentimientos. Pero, si estas situaciones son recurrentes cuando estamos con nuestra pareja, algo está sucediendo y es bueno revisar para actuar correctamente.
Una relación de pareja, conforma un sistema donde se reúnen dos personas que se aman incondicionalmente; con particulares, hábitos, sentimientos, pensamientos, deseos y necesidades diferentes, para poder convivir como persona, ejercer el rol de  pareja y el de padres.
Es necesario entonces, aprender a crecer juntos, intentando negociar al ceder ciertos aspectos con la debida decencia, sensatez y respeto mutuo.
Existen situaciones, en donde se nos hace difícil ponernos de acuerdo, y por ello, surgen los conflictos. El caso que nos ocupa, necesita ser analizado, pues responde a muchas variables.

Es importante, señalar que debemos tener sumo cuidado con los problemas de poder. Aquellos conflictos basados en la necesidad o deseo de ganarle a nuestra pareja e imponer nuestra voluntad, como cuando nuestra pareja con frecuencia, discute y pelea constantemente, sin que quiera ceder ante el otro, estableciéndose, una relación de víctima y victimario, en donde la primera siempre se somete, pero por temor y por una baja autoestima y el segundo se impone a través del abuso psicológico (criticas frecuentes, palabras descalificadoras, silencio, actitudes, gestos y comportamientos) que afectan negativamente el bienestar psicológico, emocional, moral y espiritual del otro (a). Su objetivo, es controlar y atemorizar, descalificar,  manipular, insultar y desautorizar, etc. Esta conducta al igual que el abusador físico, causa mucho daño.
En estos casos, es importante que sepamos que estamos viviendo una situación de abuso emocional y debemos frenarlo cuanto antes, porque cada vez va a ser difícil. Pues, el abuso, tiende a incrementarse, cuando no se hace nada al respecto; ya que el abusivo disfruta de su actitud y resultados de la misma, pero no acepta que su conducta es agresiva o violenta. Se justifica siempre y está convencido que la otra persona se lo merece. Por lo que la persona abusada se siente, culpable de la situación, insegura, desconfiada, incapaz y lesionada profundamente en su autoestima. Esto lo conduce  a ser incapaz de enfrentar la situación y apartarse lo más lejos posible de su pareja. Por tanto, es recomendable que:

  1.    Busquemos ayuda de profesionales para su orientación y pronto bienestar personal.
  2.      Intentemos asumir las responsabilidades reales o las que verdaderamente nos conciernen.
  3.      Entendamos que nadie merece ser abusado o maltratado de ninguna forma.
  4.     Aprendamos a ver la experiencia como una oportunidad para crecer como persona, entendiendo que las emociones son nuestras y nadie tiene derecho a cuestionarlas, aunque otras personas no puedan estar de acuerdo con el manejo que le damos.
  5.     Canalicemos nuestras emociones de manera positiva, transformándolas a nuestro favor (hablando y comunicando nuestro sentipensar) reconociendo y aceptando nuestro problema.
  6.    No esperemos que el abusador, hombre o mujer cambie, a menos que entre a una terapia y vea que realmente pone esfuerzo y voluntad para superar su comportamiento. En este caso, se pone un límite para esa espera, sabiendo que puede ser un proceso largo y lento pero necesario para ambos.
  7.    Ejercitemos nuestro propio cambio y reconozcamos nuestras fortalezas y debilidades. Seamos generosos(as) y aplaudamos nuestros logros por mínimos que estos sean; ya que todos podemos hacer el esfuerzo por mejorar y darnos el tiempo que necesitamos. Tenemos derecho a enmendar nuestros errores y hacer todo lo posible para ser feliz en pareja.


Siguiendo estas recomendaciones, en tiempo prudencial, se notará en la pareja cambios beneficiosos.

viernes, 30 de mayo de 2014

“Últimamente me siento acorralado y hasta decepcionado de mi mismo; pero lo peor es que mis hijos no me entienden, no hayo como explicarles que estamos pasando por momentos económicos muy difíciles en la familia, y he tenido que negarles cosas que no les he podido cumplir como antes.¨

El caso es que tanto esforzarme en mi trabajo, y ahora me salen con que prescinden  de mis servicios después de tantos años, y no sé cómo decirles a mis hijos que me despidieron del trabajo, y que por lo tanto nuestros proyectos cambiaron por completo; que  por ejemplo, el viaje prometido de vacaciones no va; que el taller de pintura de mi hija no podrá ser; y así,  otras mejoras para el bien de la familia, habrá que postergarlas. Esto, me parece injusto. Tanto así, que no termino de asimilar la situación.


Nuestros hijos estaban tan emocionados que hasta prometieron respondernos con las mejores calificaciones del curso. Lo cierto, es que todo el esfuerzo que hicieron, no hayo como retribuírselos. Acostumbramos a  nuestros hijos desde pequeños a poner todo  su esfuerzo y voluntad en los estudios para ganar indulgencias; bueno, es decir, hacer todas las cosas buenas que son capaces de hacer. La situación aún no la hemos comentado con ellos, la verdad es muy frustrante, y no sabemos si decírselo o no. Nunca habíamos pasado  por esto.”

Perder el trabajo, es algo doloroso, que implica un duelo y afecta directamente a la autoestima, como profesionista. No obstante, nadie está libre de esos tropiezos; así que lo importante es como buscar la parte positiva de esta experiencia. 

Hay personas que se frustran inmediatamente y se les es difícil salir fortalecidas, porque son muy exigentes consigo mismos y quizás no lo ven como una oportunidad para reflexionar, valorarse o crecer como persona; para unir más a la familia y en fin, para hacer una autoevaluación de su vida laboral, que le permita sobreponerse lo más pronto a las dificultades.

Asimismo, son momentos en que como padres no podemos responder satisfactoriamente las promesas que le hicimos a nuestros hijos, porque nos encontramos con una realidad difícil de manejar; quisiéramos tener entonces una varita mágica para hacerles realidad sus sueños; y evitar situaciones que los afecten negativamente o que causen algún sufrimiento; pero en la mayoría de los casos el ser francos puede transformarse en la mejor estrategia o recurso natural de bienestar para todos en la familia.
Como progenitores tenemos un fuerte instinto de cuidar celosamente a nuestros “retoños”, de cosas desagradables que pudieran herirlos y pensamos entonces, que no es bueno enfrentarlos con la verdad y por tanto debemos guardarla celosamente. 

Ahora bien, poniéndonos en el lugar del anterior relato, preguntémonos: ¿Deberíamos  mantener a nuestros hijos aislados de la realidad que nos acontece o deberíamos compartirla para crecer juntos?

Muchas veces como padres nos encontramos en ciertas encrucijadas cuando queremos determinar que debemos revelar y cuando queremos hacerlo.
Aunque en nuestro núcleo familiar todos tenemos derechos a mantener un mínimo de privacidad, algunas cosas que guardamos con reserva, pueden llegar hacer un gran error o crear una barrera mental dentro de la familia.

Nuestros hijos, necesitan saber cuando estamos atravesando por momentos difíciles - ocultarlo no sería saludable - Puesto que apreciarían, que algo malo está ocurriendo, y pueden pensar que quizás ellos tienen mucho de culpa; ya que todo el contexto se transforma.

Alrededor de los cinco años y más, los niños son capaces de entender la situación, si somos sinceros y si lo explicamos muy reducidamente con palabras sencillas. Decirles, por ejemplo, que la familia está pasando por problemas económicos; que papá por el momento quedó sin trabajo, pero que esto, lo van a superar juntos. Por tanto, que necesita de la ayuda y cooperación de todos en la familia,  reduciendo los gastos innecesarios, ya  que para el momento no contamos con tanto dinero como solíamos tenerlo.

Por ello, es recomendable para mantenerlos con tranquilidad,  asegurarles, que siempre tendrán un hogar donde vivir; que sus alimentos, su educación y sus juguetes para divertirse siempre lo tendrán; aunque  posiblemente habrá que hacer ajustes y dejar de hacer algunas cosas extras en cuanto a gastos de recreación, tales como: ir de viaje de vacaciones, inscribirse en el taller de pintura y algunas otras cosas que habrá que esperar.


Finalmente, explicarles también, que todas las personas quieran o no, pasan por situaciones inevitables, pero que hay que aprender a superarlo con el tiempo para seguir dando lo mejor de nosotros mismos, porque de este modo nuestro carácter se fortalece y va adquiriendo fuerza y autenticidad para sacar el mejor provecho posible en lo adelante.

lunes, 12 de mayo de 2014


“Mi hijo de 11 años frecuentemente da lugar a que mi esposo y yo estemos peleando. Esto se ha vuelto costumbre, discutimos por todo, hasta tal punto que ya me preocupa nuestra relación.
Sucede que no sabemos cómo “aquietar” o disciplinar el mal comportamiento de nuestro hijo de 11 años, no hace caso para nada, y siento que mi paciencia está por desbocarse. ¡Claro, esto sucede porque mi marido  es muy permisivo! - Hemos hablado mucho sobre esto, y no modifica su actitud- pero lo peor es que  nuestra niña de tan sólo cinco años quiere imitar a su hermano. El asunto es que no sabemos cómo remediarlo”.
El mayor desafío de la maternidad y paternidad responsable en la sociedad contemporánea apunta a un repensar sobre el modo de conducir a nuestros hijos desde que nacen.
La familia es el principal contexto de aprendizaje para la conducta, para los pensamientos y para los sentimientos individuales. Por tanto, un método educativo incorporado en la crianza (manera como debemos vivir y lo que hace que una acción sea buena o mala) es fundamental.
Una educación construida sobre la base del afecto, de la plática sincera, de marcar límites y del respeto a las normas familiares, puede ser la mejor guía para que sean más consecuentes y considerados en sus acciones, así como apropiarse y responder por sus errores.
Los padres podemos estimular o inhibir actitudes y conductas que favorezcan o no la plena realización de nuestras criaturas como personas. Poner límites y disciplina depende del sentido de vida familiar, de sus valores y normas.
El caso descrito relata la poca capacidad de estos padres de marcar límites y ejercer el principio del binomio autoridad/afecto sobre los hijos. Ello produce una crisis familiar que se manifiesta en una elevada tensión en cada miembro, y una gran dificultad para aplicar las reglas; pactar acuerdos y llegar a entablar un clima de cooperación demarcado que ayude a regular las conductas.
 Fischman, psiquiatra infanto- juvenil, dice que los padres deben ser modelos de los que piden a sus hijos y no ser del tipo de “Haz lo que digo pero no hago”. Sólo la firmeza, flexibilidad y diálogo llevan al respeto y a la autonomía. Si queremos hijos considerados, cooperadores, disciplinados y flexibles, debemos reflejar esos ejemplos.
Los límites (aplicación de estrategias) nos ayudan a que nuestros hijos logren el autocontrol - equilibrio en las palabras, en los pensamientos y en la acción- ya que harán de ellos una persona segura y atractiva para su entorno. Si logramos ese equilibrio, todo en nosotros se desarrollará sin contratiempo y sin mayores dificultades.
Estudios revelan estilos de disciplina para educar a nuestros “querubines”, entre estos están: el autoritativo o moderado y el permisivo o complaciente.
-         Si somos padres autoritativos o moderados, establecemos límites razonables y nos fiamos en las consecuencias lógicas y naturales para que nuestros hijos aprendan de sus propias equivocaciones. Explicamos por qué son importantes las reglas y por qué deben seguirlas, dando oportunidad para que se expresen a pesar de que podamos o no estar de acuerdo; fijamos estándares altos y somos pacientes apoyándolos a ser independientes. Somos firmes y consistentes, pero a la vez expresamos nuestro amor, cariño y elogios. Con este estilo educativo tienden a tener confianza en sí mismos, a ser responsables y colaboradores.
-         Si somos padres permisivos o complacientes, entonces ejercemos un mínimo control. Esto significa que “No, rayamos la cancha”, los niños hacen lo que les venga en gana; fijan sus propias reglas, carecen de límites, son desorganizados y no concluyen sus actividades, porque no demandamos o exigimos altos niveles de comportamiento. Son los niños los que tienen el control de la familia y los padres se doblegan a sus antojos. Este estilo educativo, hace que muestren actitudes inmaduras, inseguras, poco colaboradores y evadan sus responsabilidades.


Por tanto, la intervención temprana como padres puede ayudar a prevenir que un problema de conducta evolucione hacia trastornos más graves.
Por lo tanto, debido a que la crianza de nuestros niños y niñas suele ser complicada durante el crecimiento, son recomendables las siguientes estrategias para controlarlos y responsabilizarlos desde la más tierna edad:
-         Los padres deben estar conscientes de que el niño pequeño, necesita ayuda amorosa para entender qué es seguro, qué puede hacer y qué no.
-         Conocer que entre 5 y 12 años el niño es capaz de entender el por qué de las reglas, puede asimilar ideas, emociones; y ser acompañados por un sentido de autocontrol, pero esto se logra con amor, firmeza, paciencia y constancia.
-         Establecer reglas sencillas, claras y justas, ayudándolos a usar palabras, en vez de acciones, para manifestar como se siente antes de que actúe.
-         Aprender que en algunos casos, el sólo hecho de ignorar el comportamiento lo hará desaparecer. Algunos niños se portan mal para llamar la atención, los padres sin darse cuenta pueden alentar la conducta que está tratando de extinguir.
-         Aprender que el refuerzo positivo es lo mejor para fomentar conductas deseadas. Por ejemplo, una alabanza verbal puede ser efectiva para apoyar la conducta, o leer un cuento puede motivar al niño.
-         Saber que los enunciados afirmativos enseñan al niño qué es apropiado. No es suficiente con decirle qué no hacer, enseñe una alternativa mejor.
Recuerde que los límites deben ser producto de la aceptación, participación y negociación, ya que cuando son sólo órdenes se provoca la rebeldía y el mal vínculo.

jueves, 24 de abril de 2014


“Me siento sumamente intranquila, mi hijo de apenas 15 años me acaba de confesar que consumió marihuana. Estoy asustada, puede convertirse en adicto."
El caso es que fui al liceo donde estudia mi hijo el noveno grado y sus profesores me hicieron saber que estaba aplazado en todas las materias. Que tenía mes y medio que no asistía a clase sin justificación; comprenderá que decepción al escuchar esto, repetidas veces le alerté sobre el comportamiento ocioso de su grupo de amigos que no merecían nuestra confianza. Son muchachos que no ocupan para bien sus ratos de ocio, los vecinos saben que consumen drogas. Esta situación no sé cómo manejarla, mis consejos no sirvieron para prevenirlo. Ahora me dice: tranquila mamá, que por curiosidad consumí marihuana, pero te aseguro que no valió la pena. Sin embargo, he perdido la confianza en él.
¡No entiendo que sucede con mi hijo! Si desde pequeño, practica natación, es sociable y cariñoso; le ha gustado siempre agradar y congraciarse con todos los que lo conocen. Y, ahora este fracaso escolar.
Muchos padres nos podemos sentir defraudados al saber que nuestros hijos e hijas han hecho uso de las drogas. Es una realidad que ninguno de nosotros puede evitar, no somos magos, tampoco tenemos una varita mágica para impedir que ocurra.
Pero, lo que sí debemos reconocer, nosotros los padres, es que tenemos una influencia muy grande sobre nuestros hijos(as) para orientarlos de la mejor manera posible, aunque no lo creamos.
La historia anterior, nos señala que sin duda la imposición del grupo de amigos, es la fuerza singular más conveniente en el mundo de un adolescente; y, la habilidad de resistirla es lo más valiente y más poderoso que estos pueden hacer.
Nos corresponde entonces a nosotros, hablarles sobre el tema, si no conversamos con ellos(as), alguien más lo hará. Informarles por ejemplo, que no deben utilizar la marihuana como bastiones para satisfacer su curiosidad o desenvolverse socialmente, conquistar el sexo opuesto o ser aceptados.
Esta plática sincera puede hacerlos más conscientes del daño que conlleva el uso y abuso de estas sustancias. Asimismo, debemos aprender también cómo, dónde o simplemente porque nuestros hijos(as) quieren experimentar con las drogas. Esto pudiera aportarnos suficientes indicios para ofrecer el apoyo emocional que tanto necesitan en esta época de la vida. 
Tal vez descubramos que tienen un gran vacío interno y que necesitan la compañía y apoyo de una familia afectuosa, que invite a crear un clima de confianza en el cual puedan sentirse libres para expresar lo que les está molestando. Enseñándoles que en muchas ocasiones, las cosas que deseamos, no podemos obtenerlas inmediatamente, pero que ello no impide perseverar y lograr nuestros más anhelados sueños.
Esta actitud amable, comprensiva y generosa, puede ser el correctivo que los hagan menos vulnerables frente a las presiones del entorno.
Estudios sobre el tema explican la correlación existente entre disfrutar de unos vínculos sociales satisfactorios y tener una imagen positiva de sí mismo, cuando esto no se produce, el adolescente buscará otros grupos donde sentirse aceptado y se vinculará a ellos.
Es posible que el adolescente de esta historia, haya consumido marihuana con el fin de satisfacer simplemente la curiosidad, tal como se lo manifiesta a la madre, pero es bueno advertir que será mejor no hacerlo, porque tarde o temprano traerá secuelas a su organismo, y más cuando se tiene la experiencia a tan temprana edad.
Cada familia puntualiza, las normas y los límites, según sus prioridades y principios en cada una de sus criaturas, y si fija desde la niñez el amor, el cuidado hacia la salud, la honestidad, el respeto y el conocimiento de sí mismo, crecerán seguros y confiados.
Los contactos afectuosos, generan actitudes más benevolentes y son la mayor riqueza humana que podemos sembrar en nuestros hijos (as). 

El comportamiento que asumamos como padres será la mejor guía para nuestros hijos(as).
Anticiparse a la aparición de un problema, conocer cuáles son los factores que lo provocan e intervenir sobre ellos, es educar responsablemente a nuestra familia, porque se trata de favorecer el proceso de maduración, para que el contacto con las drogas de producirse, no lleve al abuso o dependencia de la misma. Por eso, el comportamiento que asuman los padres ante el problema de las drogas será la mejor orientación para los hijos e hijas. De allí, las siguiente recomendaciones:

  • a)      Dejemos que nuestros hijos e hijas resuelvan solos sus problemas desde pequeños, esto ayuda a fortalecer el carácter y genera sentido de responsabilidad y fortalece la autoestima.
  • b)        Definamos límites y evitemos satisfacer todos sus deseos, ellos y ellas necesitan sólo nuestra guía.
  • c)      Acostumbremos desde la infancia a decirles que los amamos y actuemos en consecuencia. Los adolescentes necesitan sentirse  que son especiales.
  • d)      Enterémonos de cómo va en el liceo y quiénes son sus amigos. Compartamos juntos las horas de la comida.
  • e)      Expliquemos las consecuencias del alcohol, del cigarrillo y de las drogas en el cuerpo, es bueno darles la información, por simple que parezca.
  • f)       Enseñemos que tienen derecho a rechazar las circunstancias, personas o hechos que consideren dañinos.
  • g)      Ayudemos a que tengan confianza en nosotros y a tener seguridad de que si algo les sucede o se equivocan, no los abandonaremos ni retiraremos nuestro amor.
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