Presento este libro con el objeto de aportar soluciones a situaciones que se nos presentan en las relaciones interpersonales que trabajamos en nuestra vida cotidiana. Basados en la idea de que nuestras actitudes son capaces de modificar nuestro entorno y cómo el Otro nos observa e interactua con nosotros, me he planteado presentar varios casos ilustrativos de mis investigaciones con el fin de que cada persona aborde su propia situación y sus circunstancias para llevarlas a un desenlace positivo. De allí el término "Si yo estoy bien, tú estás bien" pues se refiere a esa conexión íntima que se tiene con el otro.
Para lograr estos resultados positivos, la persona tiene que razonar y mostrar respeto, atención, consideración y empatía con base en el afecto -tanto para consigo mismo como para con los demás-. Esta situación, vista como proceso da como resultado ambientes mucho más ricos, llenos de bienestar. Así se ha llegado a encontrar cómo el proceso empático facilita el reconocimiento propio y el reconocimiento del otro.
En este sentido Goleman, en su libro Inteligencia Social (2006) dice que: “expresar empatía a los demás, conlleva a la conexión íntima de los afectos, deseos, sentimientos y necesidades más profundas, lo que hace doblegar el orgullo y la jactancia, que invalida toda cosa buena que está muy dentro de nosotros”. Por eso, si manejamos esta visión existencial “Si yo estoy bien, tú estás bien, aunada a la popular premisa “No hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti”, no seremos víctimas ni victimarios, porque fomentaremos actitudes de seguridad y bienestar emocional y social.
Esto puede considerarse como valor agregado para nuestra salud y
bienestar, ya que al generar actitudes positivas, buscamos el fortalecimiento
de nuestra vida y nuestro entorno.
Ahora bien. ¿Cómo es posible que nuestra propia actitud predisponga a otros a tratarnos de una u otra forma? Bien, durante años de experiencia en el área de asesoramiento, orientación familiar e investigaciones recientes, he podido percibir que muchos de los miembros de familias en conflicto están distanciados de sus propias reacciones frente a ciertos eventos que acontecen entre sus seres queridos, y aún más de su entorno, cuestión que afecta la estabilidad psíquica, moral, emocional y espiritual de cada integrante de la familia.
En el libro se muestran historias contadas por sus propios actores para ilustrarnos situaciones que cualquiera de nosotros puede o pudo haber vivido en algún momento.
El caso de la hija menospreciada
Se trata de una familia monogámica de padres biológicos donde la madre solicita ayuda debido a que manifiesta, que en el hogar hay conflictos de relación padre/ hija, que ha lesionado profundamente a todos los miembros del grupo familiar. La madre reporta, que esta situación la ha generado su esposo, debido a la actitud “necia y estúpida”, de no terminar de entender “que las hijas son completamente diferentes una de otra”.
Dice la madre, que el conflicto se inicia, cuando la hija menor de la familia, reprueba matemática, y por esto no podrá graduarse de bachiller. El padre al saber la situación, la reprende duramente, delante de todos, gritándole “que era bruta y retraída”, que lo tenía decepcionado.
Este modo de tratarla ocurre cada vez que la adolescente trae alguna calificación o se equivoca en algo. Reporta la madre, que esta actitud “testaruda”, ha afectado mucho a su hija, ya que desde ese día mantiene una actitud errática, como de abandono hacia sí misma, hasta el punto que debe obligarla para que vaya al instituto; se encierra en su cuarto y dice que no quiere ir. El padre, ha hecho caso omiso de la situación, de ahí la preocupación de la madre, por no saber qué hacer. Se puede apreciar en este caso, como la privación o negación afectiva en sus distintas formas, la ausencia de diálogo claro; el predominio de los celos, la autoridad mal entendida; la subestimación del otro, la ausencia de atención, los abusos de todo tipo y el maltrato; ha hecho estragos en lo más profundo de los sentimientos de esta adolescente, lo cual anula el sentido de pertenencia y la posibilidad de enmendar actitudes indeseables.
Se puede apreciar que existe un manejo no operativo del binomio Autoridad/Afecto por parte del padre; quien cae en el “autoritarismo” al presionar constantemente a UM para que mejore sus calificaciones; ya que si estas son bajas manifiesta no quererla con demostraciones de afectos desagradables. En este sentido, el padre condiciona el afecto y esto atenta contra la personalidad y desarrollo de la capacidad de tolerar frustraciones; además de desencadenar grandes conflictos tanto en lo personal, familiar y social; ya que podemos llegar a formar adolescentes con actitudes sumisas, tímidas, inseguros, evasivos, malcriados y escapistas. Inhibidores sociales, que para muchos es un obstáculo que impide concretar sus objetivos y alcanzar con éxito lo deseado; aunque para otros, es un rasgo permanente de su carácter.
Para la psicología, lo retraído o tímido, es un factor que inhibe socialmente, suele tener su origen en un bajo nivel de autoestimación. Se manifiesta internamente como una sensación de inseguridad y vergüenza, y se expresa a través de la incomunicación que obstaculiza el desarrollo de las habilidades interpersonales. Los inhibidores sociales “matan” la confianza personal, por lo general sobrevaloran y temen la opinión de los demás. Por esta razón, los padres están obligados a estar atentos y expresar su afecto a todos por igual a través de caricias, elogios y abrazos, una palabra generosa; esto brinda seguridad y estabilidad en las hijas e hijos, incurrir en no ejercer operativamente estos principios; refuerza la actitud inestable de la adolescente y a todos los miembros del núcleo, causando daño a su autoestima y malestar a toda la familia.
Así, vemos ausencia de diálogo, debido a que el padre como emisor le envía a la adolescente UM, mensajes reforzadores de agresividad verbal y no verbal, lo que afecta las buenas relaciones entre sus miembros. Por el contrario, la madre brinda la mayor comprensión cuando comunica de manera funcional y ofrece apoyo mediante frases consoladoras, como: “sé que tu puedes si practicas y te lo propones” o “sabes que te amo, pases o no matemática, eso, no cambiará”; lo que indica que tiene una posición más justa y clara sobre sus sentimientos. La madre dice, que: “actualmente las discusiones y críticas entre la pareja, ha ido en incremento, lo que ha llegado a incidir negativamente en el encuentro sexual a tal punto que cuando él, llega del trabajo ni siquiera nos saludamos”. La madre manifiesta que: “lo malo de todo esto es que cada día que pasa nuestra relación es más fría y se empaña aún más”, “pero…, pareciera que a él, no le importara…”, “amanece y cada quien por su lado.
Se aprecia, cómo una actitud negativa, fomenta la desigualdad entre las hijas, debido al manejo inadecuado de la adolescencia, a la aplicación no operativa de premios y castigos, a una comunicación inoperante, a una ausencia en el orden jerárquico y un desconocimiento del rol de padre operativo.
De manera que el curso de la sesión se orientó como sigue: En la primera sesión, se invito a la madre y al padre a conocer y ejercitar constantemente el Binomio Autoridad/Afecto; es decir, buscar el equilibrio, mediante su buen manejo y no caer en el autoritarismo; esto significa, darse cuenta, que la autoridad, es el derecho que se otorga a los padres, con fundamento para ejercerlo, no se negocia; sin embargo, hay que tener cuidado con el abuso o establecimiento de preferencias dentro de los miembros de la familia. El favoritismo, el chantaje y la contradicción son actitudes negativas que inhiben la confianza y fomentan la desigualdad, porque lesiona los sentimientos de la persona. Se aclaró, que si alguien de la familia mereciera ser premiada y otra no, puede hacerse; aunque ello no significa intimidar a la otra; sino que es haber ganado mérito por cumplimiento de su deber. Asimismo, en la familia hay que promover actitudes agradables de afecto (amor, cariño, cordialidad, etc.) con regularidad que eviten promover actitudes desagradables (antipatía, rabia, tristeza, odio…) para lograr un clima de comprensión.
Esto, permite una respuesta de amor, respeto, consideración y una clara comunicación entre padres e hijos, lo cual hará que el grupo familiar establezca seguridad, respecto a sus emociones. Condicionar o limitar el afecto es sumamente peligroso. Por eso, debemos evitar decir por ejemplo: “Si pasas matemática te querré más”. Ello acorrala la confianza. A cada hija o hijo se quiere por lo que es, porque tiene el derecho de amar y ser amado. El afecto se construye y se alimenta día a día para mantenerlo. Por tanto, papá y mamá, les corresponde entonces decir, por ejemplo: “Tú sabes que te amo, por eso quiero el bien para ti; ello me obliga aplicar una sanción ante la actitud y comportamiento que tienes”. “Esto no quiere decir que no te ame, si te comportas mal, sólo que debo asumir mi responsabilidad y tú debes aceptarlo con respeto.
Aquí, se muestra afecto y no abuso; lo cual obliga a mantener el orden y la disciplina familiar con claridad; lo cual fue interesante para lograr modificar la actitud, calificada por su esposa de: “necia y estúpida” del padre, en el motivo de consulta.
Las hijas e hijos que reciben constantes regaños se sentirán cohibidos, tristes y humillados o desobedecerán ante tanta impunidad, reforzando actitudes déspotas y siendo aún más transgresores. Los progenitores están dados a conocer los cambios biopsicosociales de la adolescencia como parte del desarrollo natural del ser humano.
Estar conscientes de que todos pasamos por esa etapa y que necesitamos demostrar afecto de muchas maneras (respetar gustos, intereses, escucharlos, darles el trato amable que se merecen, darle importancia a sus vivencias y a sus necesidades, etc.), es decir, dar el espacio emocional esperado.
Para que un adolescente proceda de manera comprometida, precisa detectar todos los aspectos necesarios de cada vivencia y no sólo los que le competen. Asimismo, estar consciente de los puntos de vista de las demás personas, de tal modo, que la toma de decisión que haga esté influido por las necesidades, derechos y responsabilidades de todos los implicados.
Saber que los adolescentes frecuentemente cambian su vocabulario, su forma de ser para expresar su independencia y que muchos, se distancian de sus padres; son requisitos primordiales para estar atentos a la reciprocidad. Por eso, es necesaria una actitud comprensiva, cordial y abierta a los cambios, lo cual depende del bienestar biopsicosocial, moral y espiritual en todas las etapas de desarrollo; lo que significa, tener cuidado con el abuso o establecimiento de preferencias dentro de los miembros de la familia.
Como Orientadora familiar estas experiencias son de vital importancia, porque gracias a ella, nos damos cuenta, que cada quien determina sus propios rasgos de personalidad y se ubica de manera relacional con respecto al todo social, en gran parte de sus propósitos y valores. Lo cual confirma, la premisa de la teoría social cognitiva, cuando dice que en el contexto social en el que viven y se desarrollan las personas es determinante en la formación de actitudes y conductas, en este sentido papá y mamá son agentes significativos de socialización para sus hijos e hijas y el ambiente del hogar es el primer ambiente propicio para: observar, experimentar, conocer, y aprender ejemplos de amor, fraternidad; que fortalezcan vínculos de las primeras relaciones interpersonales. De ahí que una orientación afectiva desde temprana edad, es particularmente esencial, porque refuerza potencialidades con características más humanas.
Ahora bien. ¿Cómo es posible que nuestra propia actitud predisponga a otros a tratarnos de una u otra forma? Bien, durante años de experiencia en el área de asesoramiento, orientación familiar e investigaciones recientes, he podido percibir que muchos de los miembros de familias en conflicto están distanciados de sus propias reacciones frente a ciertos eventos que acontecen entre sus seres queridos, y aún más de su entorno, cuestión que afecta la estabilidad psíquica, moral, emocional y espiritual de cada integrante de la familia.
En el libro se muestran historias contadas por sus propios actores para ilustrarnos situaciones que cualquiera de nosotros puede o pudo haber vivido en algún momento.
El caso de la hija menospreciada
Se trata de una familia monogámica de padres biológicos donde la madre solicita ayuda debido a que manifiesta, que en el hogar hay conflictos de relación padre/ hija, que ha lesionado profundamente a todos los miembros del grupo familiar. La madre reporta, que esta situación la ha generado su esposo, debido a la actitud “necia y estúpida”, de no terminar de entender “que las hijas son completamente diferentes una de otra”.
Dice la madre, que el conflicto se inicia, cuando la hija menor de la familia, reprueba matemática, y por esto no podrá graduarse de bachiller. El padre al saber la situación, la reprende duramente, delante de todos, gritándole “que era bruta y retraída”, que lo tenía decepcionado.
Este modo de tratarla ocurre cada vez que la adolescente trae alguna calificación o se equivoca en algo. Reporta la madre, que esta actitud “testaruda”, ha afectado mucho a su hija, ya que desde ese día mantiene una actitud errática, como de abandono hacia sí misma, hasta el punto que debe obligarla para que vaya al instituto; se encierra en su cuarto y dice que no quiere ir. El padre, ha hecho caso omiso de la situación, de ahí la preocupación de la madre, por no saber qué hacer. Se puede apreciar en este caso, como la privación o negación afectiva en sus distintas formas, la ausencia de diálogo claro; el predominio de los celos, la autoridad mal entendida; la subestimación del otro, la ausencia de atención, los abusos de todo tipo y el maltrato; ha hecho estragos en lo más profundo de los sentimientos de esta adolescente, lo cual anula el sentido de pertenencia y la posibilidad de enmendar actitudes indeseables.
Se puede apreciar que existe un manejo no operativo del binomio Autoridad/Afecto por parte del padre; quien cae en el “autoritarismo” al presionar constantemente a UM para que mejore sus calificaciones; ya que si estas son bajas manifiesta no quererla con demostraciones de afectos desagradables. En este sentido, el padre condiciona el afecto y esto atenta contra la personalidad y desarrollo de la capacidad de tolerar frustraciones; además de desencadenar grandes conflictos tanto en lo personal, familiar y social; ya que podemos llegar a formar adolescentes con actitudes sumisas, tímidas, inseguros, evasivos, malcriados y escapistas. Inhibidores sociales, que para muchos es un obstáculo que impide concretar sus objetivos y alcanzar con éxito lo deseado; aunque para otros, es un rasgo permanente de su carácter.
Para la psicología, lo retraído o tímido, es un factor que inhibe socialmente, suele tener su origen en un bajo nivel de autoestimación. Se manifiesta internamente como una sensación de inseguridad y vergüenza, y se expresa a través de la incomunicación que obstaculiza el desarrollo de las habilidades interpersonales. Los inhibidores sociales “matan” la confianza personal, por lo general sobrevaloran y temen la opinión de los demás. Por esta razón, los padres están obligados a estar atentos y expresar su afecto a todos por igual a través de caricias, elogios y abrazos, una palabra generosa; esto brinda seguridad y estabilidad en las hijas e hijos, incurrir en no ejercer operativamente estos principios; refuerza la actitud inestable de la adolescente y a todos los miembros del núcleo, causando daño a su autoestima y malestar a toda la familia.
Así, vemos ausencia de diálogo, debido a que el padre como emisor le envía a la adolescente UM, mensajes reforzadores de agresividad verbal y no verbal, lo que afecta las buenas relaciones entre sus miembros. Por el contrario, la madre brinda la mayor comprensión cuando comunica de manera funcional y ofrece apoyo mediante frases consoladoras, como: “sé que tu puedes si practicas y te lo propones” o “sabes que te amo, pases o no matemática, eso, no cambiará”; lo que indica que tiene una posición más justa y clara sobre sus sentimientos. La madre dice, que: “actualmente las discusiones y críticas entre la pareja, ha ido en incremento, lo que ha llegado a incidir negativamente en el encuentro sexual a tal punto que cuando él, llega del trabajo ni siquiera nos saludamos”. La madre manifiesta que: “lo malo de todo esto es que cada día que pasa nuestra relación es más fría y se empaña aún más”, “pero…, pareciera que a él, no le importara…”, “amanece y cada quien por su lado.
Se aprecia, cómo una actitud negativa, fomenta la desigualdad entre las hijas, debido al manejo inadecuado de la adolescencia, a la aplicación no operativa de premios y castigos, a una comunicación inoperante, a una ausencia en el orden jerárquico y un desconocimiento del rol de padre operativo.
De manera que el curso de la sesión se orientó como sigue: En la primera sesión, se invito a la madre y al padre a conocer y ejercitar constantemente el Binomio Autoridad/Afecto; es decir, buscar el equilibrio, mediante su buen manejo y no caer en el autoritarismo; esto significa, darse cuenta, que la autoridad, es el derecho que se otorga a los padres, con fundamento para ejercerlo, no se negocia; sin embargo, hay que tener cuidado con el abuso o establecimiento de preferencias dentro de los miembros de la familia. El favoritismo, el chantaje y la contradicción son actitudes negativas que inhiben la confianza y fomentan la desigualdad, porque lesiona los sentimientos de la persona. Se aclaró, que si alguien de la familia mereciera ser premiada y otra no, puede hacerse; aunque ello no significa intimidar a la otra; sino que es haber ganado mérito por cumplimiento de su deber. Asimismo, en la familia hay que promover actitudes agradables de afecto (amor, cariño, cordialidad, etc.) con regularidad que eviten promover actitudes desagradables (antipatía, rabia, tristeza, odio…) para lograr un clima de comprensión.
Esto, permite una respuesta de amor, respeto, consideración y una clara comunicación entre padres e hijos, lo cual hará que el grupo familiar establezca seguridad, respecto a sus emociones. Condicionar o limitar el afecto es sumamente peligroso. Por eso, debemos evitar decir por ejemplo: “Si pasas matemática te querré más”. Ello acorrala la confianza. A cada hija o hijo se quiere por lo que es, porque tiene el derecho de amar y ser amado. El afecto se construye y se alimenta día a día para mantenerlo. Por tanto, papá y mamá, les corresponde entonces decir, por ejemplo: “Tú sabes que te amo, por eso quiero el bien para ti; ello me obliga aplicar una sanción ante la actitud y comportamiento que tienes”. “Esto no quiere decir que no te ame, si te comportas mal, sólo que debo asumir mi responsabilidad y tú debes aceptarlo con respeto.
Aquí, se muestra afecto y no abuso; lo cual obliga a mantener el orden y la disciplina familiar con claridad; lo cual fue interesante para lograr modificar la actitud, calificada por su esposa de: “necia y estúpida” del padre, en el motivo de consulta.
Las hijas e hijos que reciben constantes regaños se sentirán cohibidos, tristes y humillados o desobedecerán ante tanta impunidad, reforzando actitudes déspotas y siendo aún más transgresores. Los progenitores están dados a conocer los cambios biopsicosociales de la adolescencia como parte del desarrollo natural del ser humano.
Estar conscientes de que todos pasamos por esa etapa y que necesitamos demostrar afecto de muchas maneras (respetar gustos, intereses, escucharlos, darles el trato amable que se merecen, darle importancia a sus vivencias y a sus necesidades, etc.), es decir, dar el espacio emocional esperado.
Para que un adolescente proceda de manera comprometida, precisa detectar todos los aspectos necesarios de cada vivencia y no sólo los que le competen. Asimismo, estar consciente de los puntos de vista de las demás personas, de tal modo, que la toma de decisión que haga esté influido por las necesidades, derechos y responsabilidades de todos los implicados.
Saber que los adolescentes frecuentemente cambian su vocabulario, su forma de ser para expresar su independencia y que muchos, se distancian de sus padres; son requisitos primordiales para estar atentos a la reciprocidad. Por eso, es necesaria una actitud comprensiva, cordial y abierta a los cambios, lo cual depende del bienestar biopsicosocial, moral y espiritual en todas las etapas de desarrollo; lo que significa, tener cuidado con el abuso o establecimiento de preferencias dentro de los miembros de la familia.
Como Orientadora familiar estas experiencias son de vital importancia, porque gracias a ella, nos damos cuenta, que cada quien determina sus propios rasgos de personalidad y se ubica de manera relacional con respecto al todo social, en gran parte de sus propósitos y valores. Lo cual confirma, la premisa de la teoría social cognitiva, cuando dice que en el contexto social en el que viven y se desarrollan las personas es determinante en la formación de actitudes y conductas, en este sentido papá y mamá son agentes significativos de socialización para sus hijos e hijas y el ambiente del hogar es el primer ambiente propicio para: observar, experimentar, conocer, y aprender ejemplos de amor, fraternidad; que fortalezcan vínculos de las primeras relaciones interpersonales. De ahí que una orientación afectiva desde temprana edad, es particularmente esencial, porque refuerza potencialidades con características más humanas.
Por tanto, cada día me convenzo más de que las actitudes influyen de
algún modo, porque tienen el poder de
transformar nuestras vidas, ya sea para
bien o para mal. Puede pensarse que al
darnos cuenta y saber dirigir nuestras impresiones de manera más apropiada,
probablemente las relaciones con nuestros semejantes, sean más satisfactorias,
por cuanto, el significado de nuestras experiencias se tornará mucho más grato,
pudiendo entonces, disfrutar de nuestro bienestar.
Se sabe que la persona al no estar sana en su integralidad, mantiene
una actitud testaruda, antisocial, conflictiva, egoísta e infeliz, y le cuesta
desarrollar sentimientos de sensibilidad humana. Lamentablemente, estas
actitudes negativas,son el resultado de experiencias personales, que la dominan
y no han sido superadas.
Si yo estoy bien, tú estás bien.
Si yo estoy bien, tú estás bien.
Es así, como desde la perspectiva de la psicología social, se estudia
la actitud de los seres humanos para predecir las posibles conductas. Por
ejemplo, cuando observamos la actitud de una persona, es posible prever su modo
de reaccionar, lo que significa que cuando alguien adopta, una actitud agresiva
o defensiva, se predispone de una manera particular ante las interacciones. Por
tanto, la actitud cumple diversas funciones en la vida social, de ahí que estas
sean una motivación social, más que una motivación biológica, que permite
adaptarnos mejor al entorno en un intento por minimizar los conflictos. Es
bueno saber que una misma situación la podemos afrontar, de una manera muy
distinta según la forma como elijamos manejarla.
En consecuencia, si queremos modificar actitudes que no van de acuerdo con lo que deseamos, es importante que diferenciemos una actitud positiva de actitud negativa. La actitud positiva, es aquella que contribuye o colabora, con el buen comportamiento de la persona para enfrentar la realidad de una manera más sana y efectiva; por el contrario, la actitud negativa, es aquella forma de responder que dificulta las relaciones con los demás. Esto significa, entonces, que en el fondo hay un aspecto muy personal que promueve la actitud, sea esta positiva o negativa, lo cual genera ambientes agradables o desagradables, con la familia, la pareja, los amigos, el medio laboral, político y social.
En consecuencia, si queremos modificar actitudes que no van de acuerdo con lo que deseamos, es importante que diferenciemos una actitud positiva de actitud negativa. La actitud positiva, es aquella que contribuye o colabora, con el buen comportamiento de la persona para enfrentar la realidad de una manera más sana y efectiva; por el contrario, la actitud negativa, es aquella forma de responder que dificulta las relaciones con los demás. Esto significa, entonces, que en el fondo hay un aspecto muy personal que promueve la actitud, sea esta positiva o negativa, lo cual genera ambientes agradables o desagradables, con la familia, la pareja, los amigos, el medio laboral, político y social.
Ahora bien, esta posición existencial“si yo estoy bien, tú estás bien”,
está inspirada en la teoría de Análisis Transaccional de Eric Berne (1976),
científico en el campo de la psicoterapia, quien es señalado como el cirujano
de la psiquis humana. Su teoría, permite comprender, por qué actuamos de una
manera determinada y cómo provocamos en los demás una reacción dada. Esta reacción no sólo nos hace conocernos a
nosotros mismos, sino que nos hace reflexionar y darnos cuenta de que esas
distintas maneras de sentir pueden ser orientadas de la mejor manera posible, para que funcionen a nuestro favor, en cada
momento particular y social de nuestra vida. Dice, que la persona desde que
nace, es fundamentalmente relacional, y que de hecho necesita ser educada con
una relación de amor desde su familia -ámbito perfecto, para dar seguridad y
bienestar-, si se proporciona a los hijos la oportunidad de dar apoyo, de ser
escuchados y reconocidos.
Cuando la persona desde su infancia se sitúa en estas condiciones,
se le facilita el acceso a los logros y a su autorrealización. Esta teoría, se
concentra en las interacciones de unas personas con otras y en el cambio de
estas interacciones para la solución de problemas emocionales. Todos tenemos un
cierto potencial humano que podemos desarrollar generando actitudes
comprensivas y valiosas, que sirven para enfrentarnos a todos los estímulos
ambientales, sin importar cuan difíciles sean éstos, porque somos responsables
de nuestra propia vida para actuar a través de nuestras propias decisiones.
De modo, que es interesante, saber que las historias descritas en el
libro “Si yo estoy bien, tú estás bien, aunado a la popular premisa: “no hagas
a nadie, lo que no quieres que te hagan a ti”, surge de la necesidad de ayudar a todas aquellas personas que al
compartir sus experiencias personales conmigo, buscaban la mejor manera de
afrontar sus dificultades personales, por tanto agradezco a todas aquellas
personas que depositaron en mí toda su confianza al narrar sus propias historias y que hoy en
día enriquecen a este libro.
Se encontrará también en el libro testimonios de mujeres, madres, sometidas a violencia doméstica y las actitudes, y de cómo estas, afectaban profundamente el comportamiento de los hijos e hijas. Asimismo, el rendimiento escolar de muchos de mis estudiantes, que para esa época estuvieron involucrados en dicha experiencia.
Se encontrará también en el libro testimonios de mujeres, madres, sometidas a violencia doméstica y las actitudes, y de cómo estas, afectaban profundamente el comportamiento de los hijos e hijas. Asimismo, el rendimiento escolar de muchos de mis estudiantes, que para esa época estuvieron involucrados en dicha experiencia.
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