"Mi hijo anda con "malas juntas", y su padre lo golpea por ello"
"Soy madre de dos hijos (varón y hembra). Vengo en busca de ayuda porque me siento angustiada, ya que sospecho que mi muchacho de 16 años de edad, anda en malos pasos. Se le ha metido en la cabeza dejar de estudiar para ponerse a trabajar. Sé que es flojo, pero quiero que saque por lo menos el bachillerato. Gracias a Dios la niña es estudiosa.
El problema se acentúa cuando su padre va al liceo y la profesora guía le informa que nuestro hijo tiene toda la semana que no asiste a clase. En esa oportunidad su papá esperó a que llegara a casa en la tarde y sin mediar palabra “le entró a golpes”. Desde ese día, mi hijo dijo que se iría de la casa, que no quería ver a su papá. La situación empeora cada vez que ambos se encuentran por casualidad dentro de la casa. Pienso que su comportamiento se debe a que últimamente anda con unos “amiguitos” que a nosotros no nos gustan, pues están ociosos; no estudian, eso sí, fastidian a los vecinos. Por más que le decimos sobre los peligros a que se enfrenta, él no escucha. Por el contrario, se resiste a mejorar; por eso su papá lo trata así. Temo que lo golpee de nuevo. No hallamos qué hacer".
Es preciso que como padres conozcamos que la persona desde que nace responde con sensaciones agradables o desagradables frente a su entorno. Cuando el agrado es recurrente, se establece un afecto. Este afecto puede demostrarse con actitudes agradables, como por ejemplo el beso diario, el amor, la caricia; o desagradable como la rabia, tristeza y hostilidad. En el núcleo familiar hay que cultivar día a día el afecto agradable con los cuales se establecerá la mayor armonía posible entre todos sus miembros.
Los niños y adolescentes sometidos a condiciones favorables durante la infancia se identifican con ciertas actitudes que tenderán a expresarlas posteriormente. Este clima será el mediador que permita actitudes y comportamientos más afables, comprensivos y generosos, que ayudarán a subsanar malestares posteriores de la convivencia.
Una familia con ausencia afectiva es frágil a los cambios. Por eso, condicionar el afecto a ciertas respuestas del hijo o hija es sumamente peligroso. Resulta más efectivo hacer de él un acto constante.
Muchas actitudes paternas que manifiestan el abuso y el maltrato impiden el buen funcionamiento familiar. Sus miembros se sienten agredidos, desmotivados, tensos, pesados y reportan constantemente su malestar en este tipo de convivencia. El ejercicio recurrente de acciones que tienden a provocar respuestas afectivas agradables en cada miembro de la familia, es responsabilidad de nosotros como padres.
Por ejemplo, en el caso que nos ocupa, probablemente el hijo desea captar la atención de sus padres. Una manera loable de proceder es conversar y comenzar por perdonar sus errores o porque no nos comprende y decir: “discúlpame hijo por mi comportamiento agresivo cuando te golpeé, no he debido hacerlo; pero no supe qué hacer ante tu irresponsabilidad de no asistir a clases. Tú sabes que te amo, ello mismo me obliga a aplicar una sanción ante tal conducta y tú aceptarla con respeto. Sólo que mi actitud para corregir tu conducta, no debió ser agresiva”.
Haciendo esto el padre logra promover un afecto agradable y éste obliga a mantener el orden y el respeto a la jerarquía familiar. La solución no es buscar quién tiene la razón, la mejor vía para que dos partes en conflicto lleguen a un acuerdo es que uno de ellos tome la iniciativa de hablar, negociar y ceder (dentro de lo posible); crear un espacio donde las dos personas o las dos ideas puedan convivir.
Esta puede ser una de las formas de rescatar a nuestros hijos: asumiendo el rol de persona comprensiva, con deseos de ayudar o sugerir acciones y actitudes más valiosas alejadas de la violencia.
Estudios a nivel internacional demuestran que los adolescentes expuestos a agresiones físicas y verbales reiteradas son perturbados profundamente, por lo cual van conformando una actitud agresiva. De modo que debemos revisar esos sentimientos de constante rebeldía, a fin de que nuestros hijos puedan ser ayudados a controlar esos sentimientos.
Muchos adolescentes en consulta muestran rabia, venganza y otros sentimientos negativos que en ocasiones es reforzada por los padres tratando de manejar el comportamiento, por ejemplo, cuando responden agresivamente a todo lo que se les dice.
Después de todo lo que queremos es que comprendan el porqué de las cosas, ya que razonar con ellos puede moverlos a que cuestionen sus propias opiniones y que el problema sea totalmente distinto. Cuanto más utilicen nuestros hijos su capacidad de razonar, mejor preparados estarán para ser adultos.
Como padres debemos saber observar, escuchar, enjuiciar y saber encaminar una conducta o situación familiar para poder canalizarla. De esta manera ayudamos a nuestros hijos a corregirla, eliminando posibles sospechas infundadas a priori o errores de concepto que puedan estar determinando tal situación conflictiva.
Si escuchamos a nuestros hijos descubriremos sus verdaderas inquietudes. Por tal razón, sugiero que no enfrentemos a nuestros hijos porque su rebeldía los puede precipitar a tomar el camino equivocado y a no confiar en nosotros, por el contrario es hora de que nos convirtamos en los mejores maestros; aplicando la paciencia, el perdón y la madurez en la familia.
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