“Lo único que quería de mi padre era un poco de cariño y atención”
"Tengo 17 años de edad, conocí a mi papá biológico hace tres años por mera casualidad (desde hacía un buen tiempo había escuchado de él, pero estaba con la expectativa, mi mamá no sabía nada).
Mi madre nunca me habló de él, ahora me explico por qué ella y mi abuela siempre “se secreteaban”. Cuando yo llegaba o estaba cerca de ellas, se callaban la boca y no sabía por qué actuaban de esa manera.
Conocí a papá uno de esos días en el que buscaba respuestas sobre mí. Acordamos un encuentro y me habló sobre la “efímera” relación con mi madre. Me aclaró muchas cosas que no entendía, la pasábamos bien, le dije que sabía que tenía un hermano y que me gustaría conocerlo, con lo que quedó “comprometido” en que de vez en cuando estaríamos en contacto y, en efecto, así fue. Todo parecía ir bien.
A mi madre le comentaba las cosas que sucedían en nuestra relación, me veía muy entusiasmada y hasta le conté la buena aceptación que había tenido con la pareja de papá, por lo que mi madre me comentó: “ojalá no sea simple apariencia y te lleves un fiasco”. Y ahora veo por qué lo decía.
El caso es que no he sabido ni de mi padre ni de mi hermano desde hace seis meses, no entiendo qué fue lo que hice o qué fue lo que sucedió. No se han vuelto a comunicar conmigo, cuando llamo a su casa, me dicen que esa familia no vive allí. He pasado varias veces y no he dado con ellos.
Mi madre me dijo, “yo sabía que ese señor te iba dejar esperando, él nunca nos quiso, me dejó embarazada y no asumió nunca su responsabilidad”. También dijo que dos años después de mi nacimiento se unió a quién hoy es mi padrastro y que fueron ellos dos quienes siempre estuvieron pendiente de mi y nadie más. Ahora, me pregunto ¿cómo es posible que mi padre haya mostrado ser lo que no era? Si lo único que yo quería de él era un poco de cariño y atención; además de fortalecer así nuestro vínculo, claro está, respetando su propio espacio”.
Todos los seres humanos tenemos derecho a establecer lazos filiatorios y a tener acceso a nuestros orígenes biológicos a partir del momento en que adquirimos madurez suficiente, ya que esto es cuestión de identidad personal. Tenemos derecho a saber de dónde venimos, a dónde vamos y quienes de nuestros familiares nos apoyan. Eso da seguridad y confianza.
Conocer por ejemplo, las circunstancias de nuestro nacimiento y del posterior abandono; así como identificar a nuestro padre biológico y hermanos es cuestión del derecho de nuestra vida íntima. Todo eso forma nuestra historia de vida para valorarnos o descalificarnos, y ello condiciona nuestra manera de actuar porque ejerce presión sobre nuestra autoestima (núcleo central de nuestra personalidad). Esto influye más adelante en nuestras actitudes y hasta en el modo de juzgar a los demás y a nosotros mismos.
Vemos que el punto que nos ocupa en este relato, es el malestar que subyace en la adolescente.
En este sentido, se comprende el malestar y confusión de esta adolescente respecto a la actitud de su padre. Lamentablemente, algunas personas desarrollamos una comunicación inoperante o inadecuada y “mostramos ser quienes no somos”. Ello obedece a una tendencia basada a un cierto miedo de expresar nuestros propios sentimientos.
Algunas personas tenemos mucho miedo y nos lleva a la necesidad de fingir o aparentar, a fin de lograr la atención y el respaldo de otros. Ambos nos hacen sentir bien y “seguros”, temporalmente. Este tipo de actitud suele ser aprendida en el hogar durante la infancia. Por ejemplo, cuando hubo momentos en que nuestros padres sólo nos mostraban afecto y reconocimiento si actuábamos de manera complaciente, pero nos reprendían o ignoraban si hacíamos lo contrario.
Clarificar este tipo de condicionamiento afectivo es importante ya que el afecto no puede estar supeditado a las actitudes que toman nuestros hijos o seres queridos.
Es importante también saber que nosotros tenemos en nuestras manos el control de nuestras vidas para poder ser honestos, auténticos sobre nuestra forma de elegir, pensar, sentir y actuar de modo distinto y más provechoso.
Como padres debemos conocer que el valor del afecto se cultiva día a día (abrazos, besos, caricias, elogios) de manera constante, ya que la seguridad emocional de nuestros adolescentes y jóvenes dependen en gran manera de nuestra continua interacción. Saber esto marcará la pauta para desarrollar las mejores relaciones.
Existen estudios que señalan que hijas e hijos de padres ausentes exhiben más problemas de conducta y están menos capacitados académica, social, y psicológicamente que aquellos padres que frecuentemente están presentes en sus actividades. Cuando un adolescente se encuentra en esta situación, se le recomienda ser firme y determinante respecto a la atención por parte de su padre o madre) aquél que se encuentre ausente, indicándole que en cuanto él se comunique con ella, le plantee dos opciones firmes de elección. Puede manifestarle: “Papá, o te haces cargo de estar presente en mi vida o te alejas de mi y todo lo que pueda recordármelo”. Si el padre decide alejarse, pues bien, debe aceptarlo y sacarlo de su vida. Comenzar a vivir de modo auténtico y genuino; afirmando y fortaleciendo cada día su autoestima, la cual le ayudará a crecer como ser humano y alcanzar sus propios éxitos.
Esta determinación de la adolescente, la enseñará a lidiar y afrontar nuevas experiencias y a poner un alto a la “comodidad” de aquellos que actúan sin considerar las repercusiones de sus actos. Así evitará muchos problemas emocionales, morales y espirituales, a lo largo de toda su vida.
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