lunes, 12 de mayo de 2014


“Mi hijo de 11 años frecuentemente da lugar a que mi esposo y yo estemos peleando. Esto se ha vuelto costumbre, discutimos por todo, hasta tal punto que ya me preocupa nuestra relación.
Sucede que no sabemos cómo “aquietar” o disciplinar el mal comportamiento de nuestro hijo de 11 años, no hace caso para nada, y siento que mi paciencia está por desbocarse. ¡Claro, esto sucede porque mi marido  es muy permisivo! - Hemos hablado mucho sobre esto, y no modifica su actitud- pero lo peor es que  nuestra niña de tan sólo cinco años quiere imitar a su hermano. El asunto es que no sabemos cómo remediarlo”.
El mayor desafío de la maternidad y paternidad responsable en la sociedad contemporánea apunta a un repensar sobre el modo de conducir a nuestros hijos desde que nacen.
La familia es el principal contexto de aprendizaje para la conducta, para los pensamientos y para los sentimientos individuales. Por tanto, un método educativo incorporado en la crianza (manera como debemos vivir y lo que hace que una acción sea buena o mala) es fundamental.
Una educación construida sobre la base del afecto, de la plática sincera, de marcar límites y del respeto a las normas familiares, puede ser la mejor guía para que sean más consecuentes y considerados en sus acciones, así como apropiarse y responder por sus errores.
Los padres podemos estimular o inhibir actitudes y conductas que favorezcan o no la plena realización de nuestras criaturas como personas. Poner límites y disciplina depende del sentido de vida familiar, de sus valores y normas.
El caso descrito relata la poca capacidad de estos padres de marcar límites y ejercer el principio del binomio autoridad/afecto sobre los hijos. Ello produce una crisis familiar que se manifiesta en una elevada tensión en cada miembro, y una gran dificultad para aplicar las reglas; pactar acuerdos y llegar a entablar un clima de cooperación demarcado que ayude a regular las conductas.
 Fischman, psiquiatra infanto- juvenil, dice que los padres deben ser modelos de los que piden a sus hijos y no ser del tipo de “Haz lo que digo pero no hago”. Sólo la firmeza, flexibilidad y diálogo llevan al respeto y a la autonomía. Si queremos hijos considerados, cooperadores, disciplinados y flexibles, debemos reflejar esos ejemplos.
Los límites (aplicación de estrategias) nos ayudan a que nuestros hijos logren el autocontrol - equilibrio en las palabras, en los pensamientos y en la acción- ya que harán de ellos una persona segura y atractiva para su entorno. Si logramos ese equilibrio, todo en nosotros se desarrollará sin contratiempo y sin mayores dificultades.
Estudios revelan estilos de disciplina para educar a nuestros “querubines”, entre estos están: el autoritativo o moderado y el permisivo o complaciente.
-         Si somos padres autoritativos o moderados, establecemos límites razonables y nos fiamos en las consecuencias lógicas y naturales para que nuestros hijos aprendan de sus propias equivocaciones. Explicamos por qué son importantes las reglas y por qué deben seguirlas, dando oportunidad para que se expresen a pesar de que podamos o no estar de acuerdo; fijamos estándares altos y somos pacientes apoyándolos a ser independientes. Somos firmes y consistentes, pero a la vez expresamos nuestro amor, cariño y elogios. Con este estilo educativo tienden a tener confianza en sí mismos, a ser responsables y colaboradores.
-         Si somos padres permisivos o complacientes, entonces ejercemos un mínimo control. Esto significa que “No, rayamos la cancha”, los niños hacen lo que les venga en gana; fijan sus propias reglas, carecen de límites, son desorganizados y no concluyen sus actividades, porque no demandamos o exigimos altos niveles de comportamiento. Son los niños los que tienen el control de la familia y los padres se doblegan a sus antojos. Este estilo educativo, hace que muestren actitudes inmaduras, inseguras, poco colaboradores y evadan sus responsabilidades.


Por tanto, la intervención temprana como padres puede ayudar a prevenir que un problema de conducta evolucione hacia trastornos más graves.
Por lo tanto, debido a que la crianza de nuestros niños y niñas suele ser complicada durante el crecimiento, son recomendables las siguientes estrategias para controlarlos y responsabilizarlos desde la más tierna edad:
-         Los padres deben estar conscientes de que el niño pequeño, necesita ayuda amorosa para entender qué es seguro, qué puede hacer y qué no.
-         Conocer que entre 5 y 12 años el niño es capaz de entender el por qué de las reglas, puede asimilar ideas, emociones; y ser acompañados por un sentido de autocontrol, pero esto se logra con amor, firmeza, paciencia y constancia.
-         Establecer reglas sencillas, claras y justas, ayudándolos a usar palabras, en vez de acciones, para manifestar como se siente antes de que actúe.
-         Aprender que en algunos casos, el sólo hecho de ignorar el comportamiento lo hará desaparecer. Algunos niños se portan mal para llamar la atención, los padres sin darse cuenta pueden alentar la conducta que está tratando de extinguir.
-         Aprender que el refuerzo positivo es lo mejor para fomentar conductas deseadas. Por ejemplo, una alabanza verbal puede ser efectiva para apoyar la conducta, o leer un cuento puede motivar al niño.
-         Saber que los enunciados afirmativos enseñan al niño qué es apropiado. No es suficiente con decirle qué no hacer, enseñe una alternativa mejor.
Recuerde que los límites deben ser producto de la aceptación, participación y negociación, ya que cuando son sólo órdenes se provoca la rebeldía y el mal vínculo.

1 comentario:

  1. Los logros de un núcleo familiar son los resultados del esfuerzo combinado de cada miembro en la familia.

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