lunes, 24 de febrero de 2014

"¿Será que nuestro hijo sufre de anorexia?"

“Soy padre de tres hijos varones (18, 16 y 13 años respectivamente), mi esposa y yo creíamos que estábamos criando a nuestros muchachos con ciertos valores respecto a su alimentación. Por ejemplo, le explicábamos lo negativo de consumir comidas chatarras, bebidas gaseosas o comer dulces con mucho chocolate y cremas. Ésto, porque en la familia de mi esposa hubo antecedentes de obesidad y anorexia. Pensábamos que teníamos controlado este tipo de cosas, pero al contrario nos encontramos sorprendidos.

El caso es que nuestro hijo mayor de 18 años, ahora nos ha causado problemas en cuanto a su alimentación. Desde que comenzó a estudiar en la universidad se entrega tanto a ella que dice no tener tiempo para comer. Aunque lo vemos comer un poco y más que todo frutas. Esto nos tiene preocupados porque ha bajado algo de peso. Le hemos ofrecido llevarlo al médico y se resiste a ir; nos responde que irá más adelante cuando salga de trabajos atrasados. Además dice que lo dejen en paz, que ya no es un niño. 

También vemos que se ejercita toda la semana. Lo cierto es que no encontramos ya que decirle para que entienda las dificultades que puede encontrar gracias a la deficiencia de nutrientes que hay en su dieta diaria. Nos gustaría saber si nuestro hijo va por el camino de la anorexia y, si no, qué podemos hacer para prevenirlo de estas enfermedades y que vuelva a la cordura.

Los trastornos de conducta alimentaria son enfermedades mentales, las más conocidas son: 

La bulimia: se caracteriza por atracones habituales y vomitar la comida (o autoinducido) y uso de laxantes. Las personas pueden tener peso normal o sobrepeso. 
La anorexia: la persona anoréxica no come, tiene miedo extremo de aumentar de peso, suelen ser muy delgadas y con un peso inferior al normal. 
La obesidad: es una adicción a comer en exceso, sin hambre y sin parar. 

Todas estas enfermedades interfieren en el funcionamiento normal del cuerpo y de las actividades cotidianas. De allí que estas enfermedades requieran ser tratadas por personas de varias especialidades: psicólogos, psiquiatras, nutricionistas, endocrinos y orientadores de familia. 

Pueden tener origen en factores hereditarios, presión social, problemas familiares o hechos violentos.

Posiblemente, el caso que nos ocupa no necesariamente enmarca algunas de estas enfermedades, aunque la actitud indiferente del adolescente puede influir mucho en el desarrollo de futuros trastornos alimenticios, debido a la predisposición por antecedentes familiares.

El abordaje de los desórdenes alimenticios se centra en ayudar a niñas, niños y adolescentes a afrontar sus problemas con la conducta alimentaria y a establecer nuevos patrones de pensamiento sobre la comida y la forma de relacionarse con ella.

 La propia imagen corporal nuestra puede influir sobre la de nuestros hijos. Por tanto, es bueno centrarse en lo que es saludable en vez de en el peso y asegurarnos de que ellos saben que los amamos por quienes son y no por su aspecto.

Es recomendable que los padres no iniciemos discusiones sobre el tema, tampoco un juicio, sino que nos mostremos cariñosos y digamos en privado a nuestros hijos que nos sentimos preocupados por su salud. Hablemos claramente sin rodeos hasta convencerlos de ir al médico, lo cual resulta conveniente para que los muchachos den su consentimiento y se hagan responsables de la situación. Conociendo el problema es comenzar su solución.

Es importante también hacer notar que algunos programas de televisión y actividades deportivas influyen en nuestros hijos. Pueden estar tratando de imitar a un modelo ideal, reduciendo drásticamente lo que comen y hacer ejercicios compulsivamente para desarrollar masa muscular; por lo que se hace necesario afirmar su autoestima, fortalecer actitudes sanas en relación a la alimentación y al aspecto físico. Asimismo aclarar problemas que puedan estar instalados en nuestra casa y que los afectan sin darnos cuenta.

miércoles, 12 de febrero de 2014

“Confieso que necesito manifestar este dolor que no me deja vivir desde hace mucho tiempo. Tengo 80 años de edad y me parece casi un siglo. A pesar de que tuve 29 años de unión en concubinato con mi pareja y un hijo después de 19 abortos, hoy me encuentro en la más entera soledad.

Durante la unión con mi pareja, creo que muchos ratos fueron más buenos que malos. Sobre todo, después de tanto perseverar para lograr que naciera mi único hijo. Cuando nació no pude describir cómo me sentía. Sólo sé, que era feliz; pues como mujer me sentía incompleta. Estos repetidos, abortos lesionan tanto nuestro espíritu, que pueden dejar grandes huellas.

Un año después del nacimiento de mi hijo, me separé de mi pareja aconsejada por mi padre. Lo hice con dolor, pero sólo él, veía mi sufrimiento por los abusos de infidelidad a los que estaba sometida. Sin embargo, la separación duró tan sólo unos meses, mi pareja me fue a buscar, me convenció y volvimos a intentarlo.

Siempre creí que la mujer tenía la obligación de mantener la unión todo el tiempo, porque eso nos hace sentir “acompañadas”; aunque haya más momentos “bravos y muy duros”, pero se compensan con “algunos buenos”.

A veces mi pareja me daba dinero y permiso de viajar mucho, me sentía como pez en el agua. En esos momentos me mostraba que me quería, pero al estar cerca de cumplir dieciséis años de unión, rompimos por segunda vez. Mi padre seguía aconsejándome que dejara a ese hombre; yo seguía insistiendo, en que yo era la que funcionaba mal. Él trataba de abrir mi mente, pero nada, yo insistía en creer que mi pareja me amaba. Así me consolaba, buscaba la manera de ver cómo solucionar mi problema. Pero, ciertamente, no encontraba la solución para olvidarme de ese hombre.

Cuando cumplimos 22 años “juntos”, nada había cambiado, su comportamiento seguía siendo el mismo. Sin embargo, yo con mi ceguera no quería creerlo. Así, que me hacía la loca. Sentía mucha rabia y desesperanza a la vez. No me sentía capaz de verlo con otra. Claro, todo eso, eran celos; no sabía cómo frenarlos, lo cazaba en la calle o donde estuviera. Era, como si la sola presencia de ese hombre, lo fuese todo para mí.

Finalmente, cuando estábamos por cumplir 29 años de “unión y agonía”, no pude soportar más la situación y, aunque me costó muchas lagrimas sacar valor para dejarlo, me fui a vivir sola con mi hijo. Pensé que podía dar ese gran paso.

Los primeros días sentí una sensación de soledad indescriptible, creí que no lo lograría. Pasaba la noche en vela, me levantaba irritada, agobiada; no encontraba lugar donde sentirme bien. Esta relación de años también hizo mella en mi hijo, quién copió de su padre el desamor y en mí la testarudez. 

Recuerdo, que cada vez que su papá y yo peleábamos por sus abusos, mi hijo estaba a su favor. Cuando discutíamos me señalaba la culpable de todas sus desdichas. Decía frases dolorosas como: “¡Tú hiciste infeliz a mi papá, de qué te quejas!”, “lo molestabas con tus malditos celos!” y, con la sentencia: “¡Un día de estos, también te dejo sola!”, así un rosario de quejas”.

Pocas veces, mi hijo y yo hablamos, no sabemos llegar a ningún acuerdo. Cada palabra que dice me apena. Eso fue lo que construí. Lo sé porque lo viví.

Hoy después de aquella tormenta, puedo comprender cómo una persona, tiene el poder de transformar su vida en agradable o desagradable. Somos nosotros mismos, los que elegimos como queremos vivir y no es culpa de nadie más. Quiero que este relato sirva a muchas mujeres que como yo, aún continúan siendo esclavas por años, de su desdicha".

Indudablemente, las palabras de esta mujer y madre, llegan a lo más profundo de nuestro ser. Nos permite que reflexionar sobre las actitudes indeseables que obstaculizan nuestra felicidad. Para sentirnos confiados, las personas tenemos la necesidad de ser amados por otros. El amor, nos desarrolla el carácter y la estima, y permite que nos sintamos bien con nosotros mismos y nuestros semejantes. Sirve de escudo para afrontar los eventos de la vida.

Estar al tanto de que la mezcla de ausencia afectiva en la infancia y el mantenimiento del vínculo emocional hacia personas que no nos satisfacen, son la causa de estos comportamientos. Estas personas manifiestan una idealización extrema de personas que creen amar, por tanto soportan toda clase de atropellos porque no se sienten merecedoras del amor de ese ser “ideal”. Aman a otra persona por encima de su amor por sí mismas. Estas personas, necesitan ayuda de profesionales que promuevan actitudes prosociales (expresiones verbales que reduzcan la tristeza y confirmen su valor), que contribuyan al clima psicológico, de bienestar, reciprocidad y unidad.

Es importante, que comprendamos que este tipo de relación perjudica nuestra integridad física, psicológica y lesiona profundamente a cada miembro del núcleo familiar. Vemos, como la acumulación de diversos factores que “alimentaron” durante años la necesidad afectiva de esta mujer, desarrolló en ella una actitud hostil, como respuesta a las constantes infidelidades y ausencia afectiva por parte de su pareja. Esto sucede porque desconocemos nuestro valor (baja estima). Por tanto, el primer paso para sentirnos bien con nosotros mismos, es saber cómo somos. Si no nos conocemos vagamos sin sentido por cualquier camino, sin rumbo conocido.

Aprender a conocernos puede ser el ejercicio más emocionante de nuestra vida, para fortalecernos internamente y lograr nuestra independencia y autonomía. Si queremos lograrlo, bastará con sólo prestar atención a nuestras actitudes, sentimientos y deseos; por medio de ellos, llegaremos a lo hondo de nosotros mismos.

En el relato, se aprecia que ella nunca reconoció su talento de mujer “recia”, ni la forma de salir fortalecida de este tipo de experiencia. Su desacierto frente a los hechos y la ausencia de credibilidad sobre sus fortalezas, desarrolló en ella el agobio de los celos. 

Los celos producen un estado de alerta y desconfianza permanente, por lo que la angustia y depresión son sus compañeros inseparables. Esto, tiene mucho que ver con el apego y el sentido de pertenencia hacia otras personas, porque en tanto haya un vínculo emocional, existirá en estos casos el miedo a la pérdida.

Para amar sin celos tenemos que conocernos, estudiarnos e informarnos sobre lo que nos pasa, ello nos ofrece una visión más clara y acertada acerca de nuestros sentimientos. Tomar conciencia de nuestra actitud "celosa" nos da la oportunidad de buscar apoyo y redimensionar nuestras actitudes equivocadas. De no hacerlo, es posible destruir la salud de todos y arruinar la calidad de vida de toda nuestra familia.

Aprender a conocer que nuestra condición humana, requiere también de intuición, que es el tesoro de la psique de la mujer y que representa “un instrumento de adivinación, o bola de cristal, por medio de la cual la mujer puede ver con una misteriosa visión interior”(Pinkola, 2004). Esta intuición es beneficiosa, porque nos dota de una energía motivadora que nos hace ver con certeza y responsabilidad que podemos dirigir nuestras propias impresiones y nos protege de los contactos no deseados haciéndonos aptos para manejar inteligentemente nuestras vidas, extraer lo mejor de nuestras experiencias y poder cambiar en positivo nuestra propia historia.


martes, 4 de febrero de 2014

                                                                    "Se siente desmotivada en la escuela"


"Cuando inscribí a mi hija hace cinco años en el colegio donde estudia actualmente su quinto grado de educación básica, decidimos, entre mi esposo y yo, que cubría nuestras expectativas debido a su reconocimiento respecto a los valores que transmitía. 

Hasta este momento todo funcionaba muy bien. Sin embargo, desde el inicio de su primer lapso ha bajado las calificaciones porque todo es una pereza para que complete sus tareas. Dice: “¿para qué hacer tareas que ni siquiera corrigen?”. Esto me llevó a visitar a la maestra, quién me señaló que ciertamente a veces no se piden las tareas porque no da tiempo para corregir; pero que ello no justifica que la niña no las lleve a cabo. 

Igualmente me informó que últimamente, mi hija participa muy poco en las actividades de clase. Lo cierto es que hemos visto mucho desinterés por los estudios en ella, no entendemos lo que ocurre realmente". 

Cada niña, niño y adolescente, aprende en forma diferente. Probablemente alguno necesite escuchar la música de su preferencia y estudiar por tiempos cortos, mientras otros requieran un completo silencio, visualizar y realizar la actividad sin interrupciones.

Asimismo, no todos se concentran igual en las mañanas que en el resto de la tarde. Como progenitores responsables debemos brindar a nuestros hijos las posibilidades y las herramientas necesarias para que aprendan acercarse al conocimiento. 

Es importante que valoremos sus ideas, mostremos entusiasmo frente a las dudas y averigüemos juntos las respuestas. Con actitudes como estas brindamos confianza para que asuman sus inseguridades e inquietudes como elementos fundamentales de los aprendizajes y no teman preguntar a su maestra(o). 

En el caso que nos ocupa, es fundamental que nos aseguremos de compartir con nuestros hijos espacios diferentes de los deberes escolares. Quizás ella o él, este creando situaciones de afrontamiento porque encuentra que es la única forma de compartir con nosotros.

Si a esto no responde, es bueno verificar que entienda las instrucciones; si por ejemplo tiene dudas debemos ayudarlos a buscar las respuestas. Lo verdaderamente importante, es ayudar a nuestros hijos a encontrar la forma en que se les facilite el aprendizaje, así permitiremos que asimile mejor la información. 

Preguntémonos cómo lograr mejores resultados que lleven a encontrar lo que se acopla a cada uno de nuestros muchachos. Si el problema persiste, dejémoslos incumplir en el colegio y que asuman las consecuencias, dígamosles que las tareas son asunto de ellos; tal vez así asuma su responsabilidad. Evitemos presionar y, si el problema persiste, hablemos de nuevo con su maestra, ya que puede que tenga problemas que requieran asesoría particular.
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