“Últimamente, mi hijo me saca de las casillas, por cualquier
cosa refunfuña y esta como con rabia, cuando le digo, que debería arreglar su
cuarto; cuando su hermana le cuestiona algo, cuando le pregunto cómo va con sus
materias en el liceo, o cualquier otra cosa, suelta su molestia. Esto sucede,
de un tiempo a esta parte, es como si estuviera en contra de todos. Pero la
actitud más desagradable, es que siempre está como a la defensiva.
Cuando le pregunto, por qué actúa de esa forma, no dice nada.
Hay que sacarle las palabras de su boca. Pero, por supuesto, esta actitud, no
la acepto; aunque mi esposo dice: “que yo soy muy dura con él; a lo que le
contesto, que es porque él, es un blandengue”. Por eso, tenemos constantes
discusiones. Desearía que esto no fuera así, pero no sé como cambiarlo”.
En esta etapa, no nos damos cuenta que estamos comenzando a
crecer. Es decir, hemos dejado de ser niños(as) para convertirnos en
adolescentes. No entendemos, lo que nos está ocurriendo. Nuestro mundo interno
y externo sufre grandes transformaciones. Nuestra forma de pensar es otra.
Nuestros intereses, ya no son los mismos; nuestra rebeldía, inseguridad,
estados de ánimo y hasta nuestro comportamiento es distinto.
Precisamos de tiempo, comprensión afectiva y una adecuada
comunicación, para entender, que estas características son propias de ese
proceso de desarrollo en las que estamos sumergidos. Necesitamos ser
conscientes de que nuestras hormonas asumen el control y que nuestras emociones
deben ser bien manejadas; por lo cual, tenemos que aprender hacer frente a los
nuevos cambios. Lo que significa, que estamos en la búsqueda constante de
nuestra propia identidad. Por tanto, tenemos la necesidad de que nuestras
opiniones, decisiones, privacidad e independencia, sean también aceptadas y
respetadas como la de nuestros padres. Pero, sin embargo, también tenemos que
aprender adaptarnos para poder convivir
con todos estos cambios de la mejor manera posible.
El caso anterior, nos revela, que los padres deben ser
conscientes de los signos que deben buscar en un adolescente enojado y
descontento, a fin de comprender las causas de sus reacciones emocionales.
Ello, puede ayudarlos como padres a aliviar esos síntomas; además de entender
que deben asimilar que sus hijos pueden desarrollar uniones afectivas de
importancia vital para ellos, al entender que la estima del adolescente debe
ser protegida por la prevención y por la posibilidad de poder expresar lo que
se está sintiendo y como se está interpretando. De ahí, algunas recomendaciones
para fortalecer el vínculo familiar con nuestros hijos:
- Tratemos de averiguar lo que causa el enojo, rabia, molestia o frustración en nuestro hijo(a).
- Observemos con atención, si el estado de ánimo de nuestro hijo(a), no parece razonable, dada la situación.
- Es obligatorio, estar disponibles, escuchar y ofrecer apoyo, estos son componentes enormes para ayudar a que nuestros adolescentes se sientan atendidos.
- Construyamos canales de comunicación. Esto, significa, callar para escuchar. No sólo dar órdenes de lo que se debe hacer o no hacer.
- Demos confianza y afecto sincero a nuestro hijo(a), y para ello, necesitamos empatizar y sintonizar con sus sentimientos.
- Evadamos las discusiones con nuestros hijos(as) a toda costa. La única forma de canalizar mejores encuentros por sus asuntos y sentimientos, es respondiendo amablemente. En vez de “Deberías de”: cambiar por: “No sería mejor que”. Asimismo, en vez de: “Tu siempre o tu nunca”, cambiar por: “Me parece que ahora no hiciste…”. En vez de la palabra Pero…sustitúyela por la siguiente expresión: “Estoy de acuerdo contigo, sin embargo…” o “Quizás podrías…”. De este modo, el dialogo quedará abierto con todos los miembros de nuestra familia y los demás.