martes, 26 de noviembre de 2013









Hace dos años tuve que trasladarme a otra ciudad para trabajar sobre un nuevo proyecto de ingeniería. Esta situación me llevó mucho más tiempo de lo esperado y viajaba a mi hogar al principio semanalmente, pero luego tuve que hacerlo mensualmente. Me sentía molesto, pues me hacía falta el calor de mi hogar, aunque mi esposa y yo nos comunicábamos a diario. No me gustaba la situación. Así, fueron pasando los días. Llamaba y a veces ella no contestaba y sentía que algo no estaba funcionando bien. Cuando le reclamaba decía que en su celular no aparecían las llamadas y que más bien ella llamaba siempre y la secretaría decía que no estaba cerca, sino en campo trabajando. 
Al cabo de tres 3 meses comencé a sentirla como ausente; aunque sí me preguntaba frecuentemente que cuándo terminaría con ese trabajo. Yo le informaba que pronto. Ella, por su parte decía que estaba molesta, pero que "bueno, que se va hacer". Sinceramente estaba desconcertado, pues en cinco años de matrimonio no comprendía su forma de actuar. Por estas razones pedí permiso a mi jefe para visitarla y saber qué es lo que pasaba. De tanto insistir y en no creer sus argumentos,  me confesó que ella se sentía sola, que se aburría en casa y que se inscribió en un gimnasio para hacer algo diferente, pero que en ese ínterin se encontró con su primer novio.
Éste la invitó a recordar momentos muy agradables y se sintió de nuevo atraída por él. Él le dijo que no se había casado ni tenía una relación seria porque siempre la recordaba. 
Comprenderá cómo me sentí, parecía que estaba hablando con una extraña irresponsable. Ella me aseguró que no hubo intimidad, lloró, me dijo miles de cosas para que no me angustiara. Me pidió perdón, que por favor le creyera que todo había sido un error. Le manifesté que me había engañado, que estaba decepcionado de ella. 
Esto me tiene muy confundido. La cuestión es que yo la sigo amando y ella dice que también; quiero salvar mi matrimonio y no sé cómo lograrlo, puesto, que siento muchos celos.

Por lo general, los celos producen, un estado de alerta y desconfianza permanente, pues la duda y la angustia son compañeros inseparables. Esta situación tiene relación con el apego y el sentido de pertenencia que algunos tienen hacia otras personas; porque en tanto haya un vínculo emocional, existirá en estos casos el miedo a la pérdida. 
Así, se acumulan tensiones, insatisfacciones, que al final provocan el más completo deterioro, tanto para sí mismo como para todos los miembros involucrados, dando como resultado: inseguridad, desconfianza y bajo nivel de autoestima. Estar siempre alertas y en frecuente sospecha de infidelidad puede afectar drásticamente la salud y arruinar la calidad de vida familiar.
Lo ideal es que, después de una profunda revisión a conciencia, ambos muestren honestidad; conversen sinceramente y actúen en consecuencia. Saber que la comunicación es la base fundamental para el bienestar del grupo familiar es esencial. Las dificultades y diferencias, que se dan en la pareja, necesitan conversarse en un clima de respeto y afecto mutuo. Si esa comunicación se da de manera continua, teniendo como meta el bienestar de la pareja y de los hijos, habrá posibilidades de vivir en armonía. 
Muchos conflictos y discordias son más el resultado de lo que piensa el uno del otro, que lo que el otro hace y al no haber diálogo se van acumulando tensiones, desconfianza y frustraciones, que conducen a la separación.
Algunos psicólogos señalan que después de una infidelidad no es siempre recomendable que intenten de nuevo la relación, porque hay ocasiones en que los sentimientos siguen heridos, a pesar de los esfuerzos que se hagan. 
Lo importante es evaluar la relación personal que tiene cada quien con su pareja de una forma auténtica y basada en la comunicación. 


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