martes, 26 de noviembre de 2013




El conflicto se inicia “cuando recibo de mi hija de 9 años la notificación de su maestra de cuarto grado, señalándome que necesitaba hablar conmigo sobre el bajo rendimiento que ésta reportaba en su segundo lapso. Extrañada por la citación,  pregunté a la niña qué sucedía. Ella me respondió llorando y con rabia, que yo tenía la culpa de que su papá se haya divorciado de mí y la haya dejado a ella sola. Por lo que no quise molestarla más, y la dejé que se tranquilizara. Al día siguiente asistí al llamado de la maestra. Ella me informó que había notado desde hace varios días un cambio en el carácter de la niña. Me dijo que a la hora del recreo quiere quedarse sola dentro del salón de clase, no presenta las actividades recomendadas y la ve como ausente; sin ningún interés por lo que hace. Por tal razón, la maestra me preguntó si ella estaba pasando por alguna situación familiar desagradable, ya que su primer lapso fue muy satisfactorio. Mostraba entusiasmo y buena comunicación, tanto con ella como con sus compañeros de clase. Le informé a la maestra que hace pocos días el abogado me notificó que, al fin, había salido el divorcio esperado desde hace 3 años y que mi ex pareja ya lo sabía, pero que en ningún momento se había comunicado conmigo para hablar  con nuestra hija sobre el tema. Es más, le comenté que teníamos un par de meses que no sabíamos de él". 

En este caso existe un manejo inapropiado del rol de padres operativos ante la problemática del divorcio, debido a la ausencia de una comunicación asertiva con la niña para ponerla al tanto de la situación.


Se sugirió a la madre que invitara al padre de su hija a la consulta, a fin de dialogar respecto a la experiencia por la cual estaba pasando la niña. 
Hay que saber que las circunstancias que atravesaba eran para ella dolorosas, y este cambio de actitud es una de las formas de expresar sus sentimientos. Sin embargo, debían hacerle entender que a veces el divorcio es necesario y puede ser la mejor alternativa, aunque a ella le resulte difícil de aceptar. 
Los padres deben saber que algunas separaciones, por su carácter inesperado o violento, ocasionan resentimiento mutuo entre ellos y perjudican a todos los integrantes de la familia. Es importante asumirlo responsablemente, procurando que afecte lo menos posible a los niños, y tratar de lograr acuerdos básicos que los beneficie. 
En estos casos el amor y preocupación hacia los hijos deben ser constantes, más aún si de por medio ya están divorciados. Por tal razón las visitas, por ejemplo, son una gran ayuda. Éstas convienen que sean frecuentes y puntuales. Si en algún momento el padre o la madre no puede cumplir con la cita, debe informarle a los niños, pues la ausencia injustificada les crea desconfianza y malestar. Asimismo, el contacto con la maestra y pediatra debe ser preocupación constante de cada uno. Es necesario equilibrar estas responsabilidades. Las llamadas telefónicas, cartas, regalos, paseos, juegos y afecto de todo tipo, contribuyen a fomentar un clima psicológico lleno de bienestar  y fortalece una relación aún más cercana entre los padres y los hijos.


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