miércoles, 8 de enero de 2014

“Me crié en un ambiente familiar bastante afectivo. Tanto mi hermano como yo tuvimos siempre el apoyo de nuestros padres. Ellos poseían la facultad de ayudar en lo que podían a todos los que conocían; nos decían que había que fomentar el buen trato entre los vecinos y que estos no se debían tocar “ni con el pétalo de una rosa”, que había que tener siempre la disposición de agradar a todos. También decían que ayudar a otros era un valor muy importante. Nos enseñaron a tener lo necesario para sentirnos satisfechos. Por el buen gusto de mi madre aprendí a comprar cosas de buena calidad y creo que todo lo que tengo me lo he ganado con voluntad y esfuerzo de mi trabajo.

 Resulta que algunas de mis primas y amigas están acostumbradas a ir a mi casa a pedir prestado cosas como: carteras, zapatos, algunas faldas, chaquetas o pantalones, ya que dicen que no tienen tanta plata para llegar a comprar cosas tan caras como las mías, y aunque las he prestado de buen gusto; me las devuelven sucias o deterioradas, por lo que muchas veces me he sentido indignada. Uno de eso días les reclamé de buena manera que me sentía molesta por su desconsideración para conmigo y les dije que por lo menos me entregaran las piezas limpias y en un tiempo prudencial, puesto que tenía que pedírselas meses después debido a que no me las regresaban.

El caso es que dos de mis primas y tres de mis “mejores” amigas con las que siempre salía a divertirme me dejaron de tratar y me he sentido mal por sus comentarios malsanos; aunque por supuesto esto lo puedo superar porque la situación me ha servido para entender que en muchos momentos hay que poner límites y esto probablemente sea mi mayor dificultad. De verdad que no entiendo a este tipo de personas tan desconsideradas. Piensan que uno debe aguantar todas sus impertinencias. Me gustaría saber cómo tratarlas, pues se topa uno con este tipo de gente por todas partes".

El relato anterior nos deja entrever cómo a veces nuestras relaciones con los demás pueden comprometer profundamente nuestros propios sentimientos. Cada persona de acuerdo a su conformación mental, ética, moral y espiritual asume una serie de condiciones y valías consideradas básicas para manejarse -lo mejor posible- dentro de su entorno. Estas valías implican: el respeto, la responsabilidad, la honestidad, el compromiso, la consideración, la reciprocidad entre otras, tanto para consigo misma como para los demás.

Vemos que en el relato la joven describe un buen marco referencial sobre los valores heredados de su núcleo familiar. Estos valores le permiten saber apreciar lo bueno y lo malo de cada situación, y esto influye a su vez en el desarrollo de una buen autoestima, lejos de agentes que puedan erosionar. Sin embargo, es importante que esta joven y cualquier otra persona lleguen a comprender que ciertos valores de convivencia, no coexisten por igual en el esquema mental de mucha gente, porque los valores no se pueden imponer, sino que nacen de la propia esencia de la persona.Surgen espontáneamente.
Es bueno comprender que respetar a alguien es tratarlo con decencia o dignidad, una dignidad propia que requiere del comportamiento adecuado de los demás. Asimismo, el respeto exige también un trato amable o cortés, y  las faltas de respeto intencionales cometidas por familiares, amigas y otras personas a nuestro alrededor no se deben permitir bajo ningún concepto porque son injustas.

Es bueno que desarrollemos la capacidad de darnos cuenta hasta dónde puede una persona ceder ante los demás al poner freno a conductas fuera de lugar. Nuestra autonomía y dignidad no deben ser comprometidas. Conocer que tenemos el derecho de no aceptar ciertas demandas de otros y que nadie puede arrebatarnos este derecho, nos hará sentir satisfechos(as) y sin temores debido a que el concepto que tengamos, por ejemplo, de respeto y responsabilidad, orientará parte de nuestras conductas y la valoración moral que realizamos de las conductas propias y de los demás.

Aceptar las normas, ser respetuosos y responsables dependerá de las interacciones sociales que hayamos desarrollado con nuestros padres desde la niñez; es decir, cuando nuestros padres, por ejemplo, nos enseñaban ciertas normas como el respeto mutuo, y nos ayudaban a aprenderlas, estaban cultivando en nosotros acciones proactivas para manejar de la mejor manera posible nuestras relaciones interpersonales. Tomar el control y manejar con tacto nuestras fortalezas y debilidades son claves para el desempeño de cada rol en nuestras vidas.

Vera y otros tratan este tema y señalan que hay que poner límites a algunas personas de nuestro medio. Para ello sugieren ciertos pasos :

  1.  Primeramente decidiremos si estamos dispuestos o no a emprender las acciones del caso.
  2.  Identificamos el evento que nos está molestando.
  3.  Aseguremos quiénes son las personas involucradas, con quiénes necesitamos aclarar las cosas a solas, el modo de dirigirnos, cómo podremos expresarnos, qué y cómo le diremos al otro lo que esperamos de él o ella y si nos mantendremos firmes y consecuentes.
  4.  Apreciemos lo positivo y negativo, y sus posibles consecuencias, pues tenemos el control. Igualmente, debemos tener en cuenta que una de esas personas a quiénes debes poner límites somos nosotros.
  5.  Sólo nosotros decidimos que permitiremos qué va a ocurrir (estando o no presentes) y asegurarnos que esto se cumpla
  6.  Imaginemos diferentes posibilidades de solución al generar acuerdos asertivos y afectuosos a través del dialogo explicativo para que las personas involucradas se sientan emocionalmente correspondidas y confiadas.


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